
Los giros de guión en el intrincado drama ucraniano no hacen sino sucederse, en una peligrosa cadena de acontecimientos que nadie parece controlar. Ahora, un nuevo actor viene a complicar el delicado escenario en el que se encuentran el Occidente y el Oriente europeos.
Las primeras señales de aviso desde Crimea datan de finales de enero, tras la prohibición de actividades del Partido de las Regiones y del Partido Comunista de Ucrania en algunas zonas occidentales del país. Este hecho provocó una gran manifestación en la capital, Simferopol, contra los sucesos que se producían en Kiev. Las autoridades locales participaron en las movilizaciones junto con la mayoría pro-rusa.
La huida de Yanukóvich en la noche del 21 de febrero confirmó los peores temores de los pro-rusos, que veían cómo se «perdía» la capital del país. A partir de ese momento, el miedo y los recelos dieron paso a la formación de autodefensas armadas, cuatro días después del citado derrocamiento
Tras una jornada de enfrentamientos a las puertas del Parlamento, la mayoría rusa se ha impuesto y ha nombrado un nuevo primer ministro para Crimea, Sergei Aksionov, leal a Yanukóvich y a Putin. Diversos puntos clave de la península son tomados con la ayuda de tropas rusas, entre ellos los aeropuertos de de Simferopol y Sebastopol. Una de las primeras decisiones de la nueva autoridad en la república autónoma es la convocatoria de un referéndum para definir su futuro dentro de Ucrania. No obstante, la militarización de la crisis no termina aquí, pues las Fuerzas del Distrito Occidental de la Federación Rusa (desde la frontera finlandesa a la ucraniana) han sido puestas en estado de alerta desde el pasado miércoles, como demostración de fuerza.
En el otro lado se encuentra el gobierno ucraniano, profundamente preocupado por el evidente riesgo de secesión. La OTAN respalda a las nuevas autoridades ucranianas, con las que trata de estrechar sus relaciones, mientras la Unión Europea pide a Rusia que no haga ningún movimiento que pueda significar la partición territorial del país.
Pero, ¿algo así puede suceder? Ante todo debemos tener presente la escasa efectividad de las instituciones ucranianas a la hora de intentar controlar este proceso. Desde noviembre, la autoridad se ha traspasado a las calles, donde grupos autónomos se han configurado de espaldas a la legalidad. Garantizar el orden público o procurar seguridad a quienes puedan sentirse intimidados se convierte en una difícil tarea. Por lo tanto, la toma de decisiones unilaterales va en aumento. Además, esta virtualidad del poder se ha visto agravada por la deserción masiva de cuadros de la administración local, lo que dificulta todavía más el control efectivo del país.
El delicado rompecabezas que forma Crimea puede ser determinante. Formó parte de Rusia hasta que en 1954 Kruschev la incorporó a Ucrania, hecho que explica que el 59% de su población sea de origen ruso. Los ucranianos representan el 24% y son naturalmente cercanos a las autoridades de Kiev, al igual que los tártaros-musulmanes con su 12%. Estos últimos sufrieron una feroz represión bajo el mandato de Stalin en 1944, cuestión que agrava los problemas de convivencia.
Pero a pesar de la debilidad del Estado (por el momento) y de tener una mayoría social contraria al presidente interino Alexander Turchinov, la independencia no parece estar tan clara. En primer lugar, porque los propios habitantes de Crimea han manifestado la intención de cambiar su situación dentro de Ucrania, sin llegar a hablar de independencia. Después, porque el propio Yanukóvich sigue pensando en un escenario netamente ucraniano y en tercer lugar por que las autoridades rusas tampoco se han manifestado en este sentido. A todo ello hemos de sumar la opinión de los principales líderes occidentales siempre contrarios a la desmembración.
A pesar de estas señales objetivas y hasta cierto punto clarificadoras, la sombra del pasado reciente se cierne como una amenaza. Otros países de la zona sufrieron conflictos internos de parecida naturaleza, y en el camino perdieron parte de su territorio. En 2008 Dimitri Medvédev, entonces presidente de Rusia, envió unidades militares al norte deGeorgia para asegurar las autoproclamadas independencias de Osetia del Sur y Abjasia. Ambos territorios cuentan con una mayoría de población rusa. Aquellas tensiones acabaron en un conflicto armado. Hemos de admitir que la radiografía actual de Crimea se asemeja cada vez más a estos acontecimientos y que parece haber una cierta contradicción entre las palabras y los hechos.
Dada la rapidez con la que se precipitan los acontecimientos, nada puede afirmarse con rotundidad, pero a día de hoy nadie parece interesado en partir Ucrania en dos o más porciones. Unos y otros ambicionan incorporar a su causa la totalidad del territorio. Existe un esfuerzo diplomático soterrado entre las principales cancillerías cuya amplitud no podemos calibrar todavía. Las conversaciones telefónicas se multiplican entre Putin, Merkel y Obama, lo que hace pensar que aún hay margen para el acuerdo y la pacificación en un escenario verdaderamente pre-bélico.

Jaime Aznar

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