
La proclamación del califato realizada por el Estado Islámico (EI), grupo yihadí liderado por Abu Bakr al-Bagdadi (el de Bagdad), el 29 de junio, y su cruel agresividad en Siria e Irak, sitúan en la actualidad estos dos destacados conceptos del islam. Es necesario subrayar que la interpretación radical que los extremistas violentos hacen de ellos nada tiene que ver con su sentido verdadero.
Diferentes concepciones de la yihad
La yihad es un deber moral, espiritual y práctico para que cada persona creyente en el islam lleve a cabo en la vida cotidiana un esfuerzo de mejora interior. Es la yihad mayor, una conversión religiosa íntima y constante. La yihad menor es la obligación de luchar con las armas para defenderse de sus enemigos externos e internos y extender el islam. En las fuentes clásicas esta yihad debe cumplir algunas condiciones: entre otras, haber agotado los medios pacíficos y no atacar a personas indefensas, mujeres y menores de edad.
La mayoría de los yihadíes actuales rechazan estas normas y aplican su propia versión. La yihad se convierte estrictamente en una acción bélica ofensiva, elevada a sexto principio del islam. Por tanto, de cumplimiento imprescindible personal y comunitariamente. Desde Al Qaeda y las organizaciones adheridas, hasta Boko Haram, el sinfín de grupúsculos violentos y las bandas del denominado Estado Islámico, marginan la predicación y dan prioridad a la violencia extrema contra quienes no piensan como ellos, sean musulmanes tradicionalistas, islamistas y de otras tendencias del islam como los chiíes; de diferentes religiones o simplemente laicos.
Las disensiones internas, el autoritarismo, la corrupción y las injerencias extranjeras, además del abatimiento y decadencia que dominan el mundo islámico favorecen la extensión de estos extremistas.
Cada uno con sus características particulares, debido a circunstancias locales y regionales, desprecian los problemas sociales; manipulan la lectura de los textos sagrados; el derecho y la jurisprudencia islámicos; crean espacios islamizados excluyentes y establecen sus códigos de qué es lícito e ilícito, según un entendimiento literalista y dogmático de los hadices (palabras y comportamientos del Profeta).
El Estado Islámico yihadí, local y global
Como sucede ahora entre Al Qaeda y el Estado Islámico, muchos yihadíes se disputan el liderazgo, los escenarios de actuación y las estrategias. El grupo que logra la hegemonía es el que importa, el resto pueden ser expulsados de la comunidad musulmana (umma) e incluso eliminados.
La organización que ahora domina la geografía desde la provincia de Alepo (Siria) a Diyala (Este de Irak), el Estado Islámico (antes EI de Irak, luego EI en Irak y Levante) compite con Al Qaeda. Sus diferencias son generacionales, por la juventud de su líder, Abu Bakr al-Bagdadi, 37 años, frente a los 63 de Al Zawahiri; políticas, dada la prioridad del EI – más cohesionado frente a las múltiples ramificaciones de Al Qaeda – por combatir a los chiíes en Irak y las ambiciones expansionistas de Irán y a otras minorías religiosas (cristianos y yazidíes), antes que a Israel y a los occidentales. Asimismo, en cuanto a una aplicación rápida de su interpretación de la charía en el territorio conquistado antes de que acabe la lucha. Sin embargo, en este momento, la divergencia ya no es solo es local en Siria, con su filial Al Nusra, sino global al proclamar la necesidad de un califato universal, lo que significa que sus blancos pueden ser igualmente intereses y personas procedentes de Occidente.
Un califato controvertido
La denominación califa (jalifa) se refiere en el sunismo al máximo mandatario político y espiritual de la umma. Pero el título de Jalífat rasul Allah significa “sucesor del Enviado de Dios”, Mahoma. Todos los musulmanes reconocen a los cuatro primeros califas, compañeros del Profeta y relacionados familiarmente con él, como los “bien guiados” o rachidun, si bien los chiíes reclaman que el legítimo sucesor de Mahoma debería haber sido Ali, primo y yerno de Mahoma al casarse con su hija Fátima. De las disputas por la sucesión del Profeta se origina la gran fitna (prueba) que separa a los suníes de los chiíes y rompe la unidad del islam.
La elección de los califas requiere un juramento de lealtad (bay´a), la obediencia y el consenso de la comunidad.
El califato es la institución gobernada por los califas, cambiante y divergente en términos políticos y espirituales a lo largo de la historia. En muchas ocasiones, por la extensión del espacio islámico y las múltiples etnias, lenguas y minorías religiosas, las funciones judiciales, gubernamentales y militares quedaron delegadas en los visires y el califato adquirió más una dimensión simbólica.
Al-Bagdadi, en recuerdo del califato abasí de Bagdad (750-1258), vencedor detrás de sus estandartes negros (exhibidos por el Estado Islámico) de los omeyas, con sus banderas blancas, se ha renombrado como el nuevo califa Ibrahim. Ha exigido acatamiento y a todos los musulmanes. Pretende ganarse así la legitimidad con una ilusoria descendencia de la estirpe del Profeta, la tribu quraichí, a través de su nieto Huséin. Esta afirmación revela la fragilidad de su discurso, porque precisamente Huséin, asesinado en Kerbala (680), inicia el chiísmo, al que se enfrentan con las armas los extremistas suníes dirigidos por Al Bagdadi.
Desde el 658 al 1924, fecha de su abolición en la Turquía moderna, se han sucedido diversas dinastías califales, después que se aceptara que el califa designase a su sucesor y exigiera la promesa de fidelidad a los representantes de la comunidad. En muchas ocasiones estas dinastías lucharon por el poder violentamente. Las más importantes han sido los omeyas en Damasco y al Andalus; abasíes en Bagdad; fatimíes chiíes en Egipto y los mogoles de Delhi. Asimismo, los sultanes otomanos no reclamaron la dignidad califal hasta el siglo XIX, con el propósito de impulsar el panislamismo o la creación de un Estado o nuevo califato que unificara a todos los países musulmanes para evitar una división y decadencia que favoreciera las injerencias occidentales.
La propuesta califal de Al-Bagdadi es una más, muy minoritaria, ilícita y sin capacidad de representación.
Se adhiere al tiempo de los cuatro califas rachidíes e identifica su yihad con las victorias, implantación y expansión del islam en el siglo VII. Pero se olvida de las divisiones y querellas de esa época; de la realidad de los intereses locales y regionales y de las dispares interpretaciones del califato que se han sucedido en el tiempo. Dos ejemplos actuales: el rey de Arabia Saudí podría reclamar el título califal como guardián de los Santos Lugares de la Meca y Medina y el monarca de Marruecos se autoproclama califa y comendador de los creyentes en su reino.
Reforma del califato
Diversas opiniones críticas – basadas en algunos ejemplos y dichos de los compañeros del Profeta – (Abdenur Prado y otras citas en sus artículos en webislam) con las concepciones del califato como dinastía sagrada afirman que nadie puede apropiarse en exclusiva del título de califa como vicario de Dios, sino como sucesor del Enviado de Dios. Todo ser humano puede ser un califa de Allah sobre la tierra (Corán 2:30; 24:55; 6:135) y cada persona es responsable de sus actos (Corán 53:38-39). Además, discuten que el califato sea una distinción encabezada solo por una persona a la que se deba sumisión absoluta, porque cuando se cita la palabra jalifa dos veces en el Corán se refiere a Adán y a David y ese Adán coránico abarca a toda la humanidad, de manera que de ahí se pueda derivar una posible democracia islámica.
Un califato puede ser necesario para dar fortaleza al mundo árabe-islámico, mientras se respeten las naciones y estados actuales, incluidas sus minorías étnicas y religiosas.
Algunos aluden como antecedente el califato de Abdel Rahmán III, en Al Andalus, “que no implicó conversiones forzadas, ni violencia”. La Unión Internacional de Ulemas Musulmanes señala que la declaración del califato hecha por el Estado Islámico no es válida porque ha sido pregonada “por un único grupo y sin un amplio consenso… y carece de jurisprudencia”. En definitiva, el califato no se puede establecer mediante exclusiones y masacres, práctica habitual de un movimiento herético en el islam, como es el Estado Islámico.


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