
Un grupo yihadí ha atacado Francia y nuestra condena y rabia son justas, contundentes y, esta vez, amplísimas porque el blanco es Europa. Confiemos que la repulsa se extienda además cuando los objetivos sean musulmanes, las víctimas más numerosas en multitud de atentados: Nigeria, la escuela de Pakistán, el hotel de Bombay, Siria, Irak… No deberían existir distinciones frente a la barbarie.
Contra el yihadismo porque su intención es doble: reconvertir por la sangre a todos los creyentes en Alá que no piensen como ellos y rehúsen aplicar su interpretación doctrinal reaccionaria al pie de la letra. El propósito siguiente es convencernos de que la convivencia entre la cultura del Islam y la del resto del mundo, especialmente Occidente, es imposible.
¡Qué imbéciles!, si 20 millones de europeos profesan la fe islámica, cerca de un 4%, y no casi el 20% de la población, como dicen algunos islamófobos que avisan de invasiones o proclaman guerras de civilizaciones. La inmensa mayoría de los musulmanes europeos viven en paz; muchos son tradicionalistas sin más y poseen el derecho constitucional a la libertad de culto, sin que nadie tenga que impedirlo, salvo que quiera violar alguno de los denominados valores de Europa. Pero no miremos hacia a otro lado. La marginación de la población musulmana occidental es en gran medida real y esta siente, al menos, la incomprensión y el rechazo.
Contra el yihadismo porque los terroristas adquieren ventaja cuanto más estereotipos establezcamos sobre los musulmanes. Sólo una muestra conceptual. No diferenciamos islam, islamismo y yihadismo. El primero es religión, “para llegar a estar en paz” y “lograr la salvación eterna”, y complementariedad entre “espiritualidad y actuación pública”. El segundo (mejor, islamismos) sería la expresión de un islam como ideología política que pretende dar respuesta a los problemas actuales, de forma conservadora o más avanzada. La violencia ofensiva caracterizaría a los movimientos yihadíes, incluso como sexto pilar del Islam.
Contra el yihadismo porque tampoco debemos pensar que la actuación de los radicales violentos es el resultado de todos los desprecios y desmanes de Occidente – ciertos, desde las Cruzadas (por cierto, también antijudías) a Irak – contra las personas y las tierras del Islam. Disponen de su propia agenda, en un continuo histórico que va desde la disputa suní-chií (siglo VII); el conservadurismo jurídico y religioso de Ibn Taimiyya (s. XIII-XIV) y el puritanismo unitarista wahabí (s. XVIII) al yihadismo, expresado en sus diversas tendencias, entre 1979 y 2014, por Al Fárach, Allah Azzam y Al Zawáhiri, líder actual de Al Qaeda, y ahora Al Bagdadi, del Estado Islámico.
Contra el yihadismo porque el victimismo entre los musulmanes no es causa suficiente para cometer estos asaltos mortales. De entrada, es preciso resaltar que los terroristas buscan reafirmar su obsesión por el poder ideológico y religioso. Se trata de una lucha en el interior del Islam.
Contra el yihadismo porque, con sus acciones derivadas de cuestiones locales (Pakistán, Oriente Medio…) o globales (Nueva York, Londres, Madrid, Francia), los violentos subrayan la competitividad entre diversos grupos enfrentados (talibanes, Al Qaeda, Estado Islámico) que pugnan por demostrar quién es más poderoso. Manifiestan sus actuaciones de un objetivo a otro: el “enemigo cercano” (tierras arrebatadas al islam y gobiernos musulmanes contrarios al yihadismo) al “enemigo lejano” (Al Qaeda) en un contexto de guerras en Af-Pak, Irak, Somalia, Malí… En este caso, sus objetivos son golpear a los regímenes musulmanes impíos y a sus aliados (Occidente) para dirigir como vanguardia militante violenta una reislamización ultraconservadora.
Contra el yihadismo porque tergiversan y modifican principios y contenidos del Islam e introducen añadidos.
Ni siquiera la palabra yihad sería adecuada para denominar el combate (qital), sino que su significado se refiere al esfuerzo íntimo por experimentar la fe y extenderla, aunque ellos practiquen una yihad agresiva. La soberanía de Dios que reclaman (hakimiya) y el sometimiento (taqlid) a Alá, al Profeta, a los califas e imames no son aceptados con libertad y, por tanto, no valen. Igualmente, el estado de ignorancia (yahiliya) en el que viven los musulmanes, según ellos, no tiene porqué estar acompañado por elevar la yihad a una obligación individual (fard al-ain). Asimismo, su concepción de la unicidad divina (tawhid) olvida un Islam que es múltiple y diferente en su historia. Una vez más, se contraponen el literalismo dogmático y el anatema (tafkir) con la práctica de la libre interpretación (ichtihad) y el racionalismo, que en su día llevaron a cabo los mutazilíes (s. IX y X), por ejemplo.
Contra el yihadismo, precisamente, porque las masacres de París se inscriben en la negación que hacen los extremistas de cualquier libertad de opinión y de otras formas de pensar y vivir, a las que consideran enemigas (Charlie Hebdo y judíos en el supermercado).
Contra el yihadismo, en definitiva, porque los terroristas pueden alentar a que nuestra democracia – ellos no la profesan, desde luego – no se ejerza con el Estado de Derecho, sino con la exclusión y el recorte de las libertades. Si así sucediera, habrían ganado.
Imagen: Viñeta homenaje a Charlie Hebdo del ilustrador Latuff


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