Imagen: ‘Sueño de una tarde dominical en la alameda». Mural de Diego Rivera.
Que todos los seres humanos nacemos libres e iguales lo sabe toda persona que se ha leído la Declaración Universal de los Derechos Humanos y se la toma en serio. También quien habiéndola leído la guarda en la reserva para un momento oportuno en el discurso o la increpación al contrario. Pero sobre todo quien la haya leído o no conoce en sus propias carnes la negación de lo que ella proclama.
Siempre fue así. Es el grito oculto en la historia de las nadie el que sembró de derechos la esperanza del ser humano en poseerlos igualmente en el norte que en el sur, en masculino que en femenino o en lo que sienta y quiera ser.
Nuestras sociedades padecen dos enfermedades que afectan a la salud de los Derechos Humanos; el racismo y el machismo. Superar esta enfermedad implica el rechazo radical a la desigualdad entre humanos atribuida a la naturaleza y afirmar la igualdad ante la ley eliminando toda discriminación. Está en juego la naturaleza humana de nuestra sociedad.