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Afganistán, ¿un Estado imposible?

Este país de Asia Central ha sido siempre un complicado rompecabezas, en el que se superponen las fidelidades étnicas (pashtunes, tayikos, uzbekos, hazaras…), los clanes de las diversas tribus y la pertenencia de cada una de ellas a diferentes grupos de solidaridad. Además de los enfrentamientos religiosos, tanto entre la interpretación ortodoxa de los ulema tradicionalistas y los sufíes respecto a los islamistas, como de los primeros contra los chiíes hazara.

 

La existencia de Afganistán como Estado, desde mediados del siglo XVIII, es la búsqueda de una “nación imposible de encontrar” por la identificación histórica de los pashtunes con la existencia de un Estado central, que pretende imponerse sobre el resto de pueblos.

 

Pero, igualmente, por la persistencia -antes y después del golpe de Estado comunista de abril de 1978- de conflictos entre las diversas afiliaciones tribales pashtunes en las ciudades más importantes y en la sociedad rural. El aparato de Estado, fijo en la capital, se nutre de la corte y de la aristocracia (en la época de la monarquía hasta 1973) y, después, de la burguesía del Estado (funcionarios, estudiantes, militares) y de la burguesía comercial del bazar. Todos ellos crean redes y jerarquías clientelistas, la mayoría de las veces corruptas, que defienden sus rentas y aspiran a extender su área de influencia al campo. El poder en la sociedad campesina gira alrededor de la figura del jefe tribal o jan, que pretende ampliar su clientela, ser reconocido como árbitro e incrementar su riqueza sin transformar las estructuras tradicionales, en definitiva sin construir un Estado.

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Argelia electoral

Abdelaziz Buteflika va a renovar su mandato presidencial por cuarta vez. En su decisión pesa más controlar un régimen presidencialista todopoderoso que su salud, muy debilitada y que le ha mantenido varios meses incapacitado. Entretanto, su corte de partidos y asociaciones afines y el estamento militar – el “gran mudo” o el pilar fáctico real – han gobernado mediante la permanente red clientelar que se aprovecha de los beneficios que concede el poder.

 

Elecciones bajo control

 

Buteflika cuenta con el beneplácito de las potencias occidentales y las instituciones financieras internacionales, ya que el orden que el Estado argelino dice garantizar conviene a sus negocios. España es uno de los países que depende del suministro del gas argelino, en concreto de Medgaz, en la región de Beni Saif. El oleoducto se hunde en el mar 2.000 metros y recorre 210 kilómetros bajo el agua hasta la costa de Almería. Esta importación de gas representa ya el 53% del abastecimiento, por un valor de casi 6.000 millones de euros en 2013, un 14% más que el año anterior. La factura energética española alcanza los 62.000 millones de euros (un 93% más que en 2009) y es una de las principales razones del déficit de nuestra balanza comercial.  Por tanto, la estabilidad de Argelia resulta estratégica e imprescindible. Ahora bien, ¿a cambio sostener a una administración que ejerce el monopolio de la política; frena las libertades, vigiladas por el Ejército; y acarrea más desigualdades sociales? Mi respuesta es no, porque la falta de democracia y de reparto justo de la riqueza genera más tensiones y consolida la inseguridad.

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