Lo que empezó en noviembre de 2013 como una revolución de corte social, tras una década de despropósitos, corrupción y zozobra, podría haber pasado página con las elecciones del 25 de mayo. Aunque la historia reciente de Ucrania nos enseña que nada puede afirmarse con seguridad, Poroshenko parece contar con un programa capaz de solucionar las tensiones actuales. Partidario del acercamiento a la Unión Europea, se ha mostrado dispuesto a reanudar sus relaciones con Moscú, además de mantener su país al margen de la OTAN. No es exactamente lo que el Euromaidan esperaba, pero quizás sea la mejor opción para un Estado al borde del abismo.
Petro Poroshenko es un magnate cuya fortuna se sitúa entre las diez más importantes de Ucrania.
En la prensa ha recibido el sobrenombre de “Rey del chocolate” debido al origen de su fortuna, y además posee un canal de televisión que apoyó abiertamente las manifestaciones de Kiev. Como político tiene una valiosa experiencia al frente de las carteras de Exteriores, Comercio y Desarrollo Económico, además de haber estado al frente del Banco Nacional de Ucrania hasta 2012. Ha participado en gobiernos de Yanukovich y Azarov, por lo que conoce de cerca las dos principales sensibilidades políticas del país. Sin embargo lo que más refuerza su liderazgo es la arrolladora victoria con la que accede a la presidencia (55,9%), imponiéndose sin necesidad de una segunda vuelta a Yulia Timoshenko. Este hecho le va a permitir comenzar su mandato con una gran legitimidad, un bien escaso en estos tiempos, aunque cabe recordar que la restauración de la constitución de 2004 recorta sensiblemente los poderes del presidente. Por otro lado se hacía necesaria la presencia de una figura menos beligerante, capaz de superar la estrategia frentista que se ha instalado en el gobierno provisional.
El respaldo de Rusia es un elemento que también debe destacarse, tanto Putin como su ministro de exteriores Lavrov se han mostrado respetuosos con el proceso electoral. Por el momento está claro que Poroshenko puede ser un interlocutor más razonable que los Turchínov y los Yatsenyuk, cuyo manejo de la situación no ha hecho sino empeorar las cosas. Que los actuales mandatarios de Ucrania se dejen llevar por su ruso-fobia no quiere decir que la alternativa pase necesariamente por el entreguismo de épocas pasadas.
Como en un área de actividad sísmica, las placas tectónicas de Oriente y Occidente chocan en el solar ucraniano, debiendo resistir el empuje para no verse fatalmente absorbido. El deber de Poroshenko es el de mantener la integridad de su país y hacerlo con independencia de los grandes bloques, pues esta es la única manera de mantener calmadas las aguas.
Hasta ahora se han visto movimientos marcadamente polarizados tanto por Rusia (gobierno Partido de las Regiones) como por la Unión Europea (gobierno de Patria), cuando lo más conveniente era poder llegar a un equilibrio político y económico. Este parece ser el propósito del nuevo presidente, tan dispuesto a continuar su amistad con la Unión Europeo como a rechazar cualquier integración estructural. No olvidemos que la cuestión energética sigue pendiente de solución, y que Barroso ha pedido por carta a Putin la reanudación de las conversaciones en torno al suministro de gas. Quizás el nuevo pragmatismo de Poroshenko ayude a desbloquear la situación.
Pero no todo son esperanzas, la victoria de un oligarca supone al mismo tiempo el fracaso del sueño revolucionario.
Al igual que sucediera en Egipto en 2010, una ruidosa minoría puso en marcha un proceso de cambio que no ha podido conducir ni culminar. En el famoso vídeo “soy ucraniana” que se difundió por las redes sociales a principios de 2014, una joven activista exponía los motivos por los que había salido a ocupar la calle. Su mensaje estaba cuajado de las mismas reivindicaciones que se escucharon en El Cairo o Madrid, escenificando un claro rechazo a las élites gobernantes. Estas ansias de reconstruir su democracia sin la interferencia de grandes intereses económicos, pueden verse frustradas por la elección de un hombre de negocios. Todo depende de los avances que se experimenten en materia de derechos civiles y trasparencia, verdadero Talón de Aquiles del régimen anterior. Otro damnificado por los resultados electorales, aunque en menor medida, es la Unión Europea. Recordemos cómo Bruselas había apostado por Yulia Timoshenko hasta hace no mucho tiempo, exigiendo su excarcelación y ofreciéndole tratamiento médico en Alemania. La derrota de la ex-primer ministro ha sido estrepitosa (13,1%), a lo que debemos añadir el inesperado abandono en marzo de la otra gran esperanza europea: Vitali Klitschko. No obstante nuestra capacidad negociadora será capaz de sortear este nuevo revés.
Por desgracia el ruido de los cañones no ha cesado en ningún momento y ha ensombrecido también el debate político. Lejos del discurso histriónico de Yulia Timoshenko, el nuevo presidente apuesta por una mezcla de distensión y firmeza, dejando claro que la integridad territorial de Ucrania es una prioridad. Dicho de otro modo, no está dispuesto a aceptar la situación creada en las provincias rebeldes de Donetsk y Lugansk. En este sentido ha declarado: “En el este nos encontramos en un estado de guerra, Crimea fue ocupada por Rusia y hay una gran inestabilidad. Debemos reaccionar”. Es un mensaje claro al ministro ruso de Exteriores, que a pesar de mostrarse dispuesto al diálogo posee una innegable habilidad para enfriar la situación y ganar tiempo. La pelota está nuevamente en los tejados del Kremlin.
Tampoco debemos olvidar que el presidente ucraniano está arropado por el préstamo que la Comisión Europea acaba de conceder (un primer tramo de 100 millones de euros, de un total de 1600), hecho que otorga a Poroshenko una seguridad adicional a la hora de dirigirse a sus interlocutores rusos. No obstante, la realización de pasadas promesas financieras puede ser al mismo tiempo un síntoma de inseguridad; como si Europa quisiera condicionar la política del presidente mediante la deuda que genera la citada inyección de capital. ¿Nos fiamos de Poroshenko o sigue siendo una incógnita cuyas iniciativas pueden perjudicar nuestros intereses? Sea como fuere estamos frente a un nuevo liderazgo que busca recuperar el protagonismo perdido de Ucrania, alineándose por ahora con las potencias occidentales.
Imagen de cabecera: Una mujer vota en la ciudad ucraniana de Dobropillya. Dimitar Dilkoff/AFP/Getty Images
Jaime Aznar
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