El Oriente europeo sigue convulsionado desde que el contencioso ucraniano estallara a finales de 2013. La segmentación social entre prorrusos y proeuropeos es una constante en la región, que amenaza con desestabilizar las tierras ubicadas entre el Cáucaso y los Cárpatos. Sin haber tenido tiempo para asimilar la secesión de Crimea, nos llegan inquietantes noticias desde la vecina Moldavia. Se trata de un país cuya ubicación lo convierte en un paso natural entre Europa y Asia, lo que le ha valido numerosas invasiones a lo largo de su historia. Durante el siglo XX, su suelo fue ambicionado por rumanos y rusos, que se disputaron intermitentemente el control de este territorio hasta que quedó definitivamente incorporado a la U.R.S.S. en 1945.
Las fronteras oficiales del Estado actual continúan siendo las mismas que las de la desaparecida República Socialista Soviética de Moldavia, pero quizás por poco tiempo. Una inquietante señal de alarma saltó ya en la primavera de 2009 cuando radicales proeuropeos llevaron la violencia a las calles de la capital. El origen de la protesta fue la no aceptación de la victoria del Partido Comunista en las elecciones legislativas, un revés para los partidarios de un acercamiento a Occidente.
Ahora mismo existen cuestiones más preocupantes si cabe, que suponen una constante amenaza para la convivencia y estabilidad del país. De un lado, la autoproclamada república de Transnistria, situada en el extremo este, pidió hace unos días su incorporación a la Federación Rusa. Por otro, la región autónoma de Gagauzia en el sur del país celebró un referéndum el pasado 2 de febrero en el que se reveló una abrumadora preferencia por la autodeterminación y la Unión Euroasiática impulsada por Moscú. ¿A dónde nos conduce esto?
En Moldavia, cuya capital es Chisinau, conviven lenguas, etnias y sensibilidades diferentes. El idioma oficial es el rumano, denominado allí moldavo, seguido en importancia por el ruso y el ucraniano. Una amplia mayoría de la población es moldava, cerca del 70%, mientras que los ciudadanos de origen ruso no llegan al 14%. Naturalmente, estos datos quedan alterados si nos concentramos en regiones concretas del país, en las que podemos encontrar paisajes culturales bien diferentes. Aun así no todas las divisiones existentes responden únicamente a criterios étnicos, ya que tanto la ideología como la costumbre tienen un gran peso. Examinemos más de cerca los dos territorios moldavos cuyas decisiones han captado la atención internacional.
La autoproclamada república de Transnistria, situada en el extremo este, pidió hace unos días su incorporación a la Federación Rusa
Transnistria, como su propio nombre indica, se sitúa más allá del rio Dniéster y es un territorio fronterizo del este de Moldavia que limita con Ucrania. Desde 1989 la R.S.S. de Moldavia comenzó a dar un giro nacionalista a su política: el moldavo se convirtió en el único idioma oficial y se entablaron negociaciones con Rumanía para una posible unificación. El rechazo de esta región a dichos planes motivó un peligroso ciclo de desavenencias entre los años 1990 y 1992, que desembocaron en una pequeña guerra civil y la consiguiente intervención militar rusa. El distanciamiento con las autoridades moldavas se consumó en el referéndum de independencia de 2006, cuya legitimidad no fue reconocida internacionalmente.
Su filiación pro-rusa queda patente en el uso de este idioma en la región, que las autoridades no quisieron reconocer como oficial, siendo este el principal motivo de tensión. Además sus símbolos nacionales fueron tomados directamente de la época soviética, si bien las autoridades Tirasopol (su capital) no son comunistas. Este sentimiento ha logrado desbordar los patrones étnicos, dado que la población de origen ruso no es mayoritaria. El grupo dominante es el de los moldavos, con cerca del 32% de la población, seguido por los rusos con un 30%. Otros grupos destacables son los ucranianos, con el 28% y los búlgaros, apenas un 2%. En la actualidad, Transnistria cuenta con tres idiomas cooficiales: el ruso, el moldavo-rumano y el ucraniano. Por último, es necesario recordar que, desde la mencionada guerra civil, cerca de 1.500 soldados rusos permanecen en la región como fuerza de paz, pero sobre todo para proteger los arsenales existentes desde la época soviética. Al igual que en Crimea, la presencia del Ejército Federal juega un papel importante en el devenir político.
El otro enclave potencialmente problemático es Gagauzia, una región autónoma situada al sur del país que no posee continuidad territorial, ya que está fraccionada en cuatro partes. Su población es notablemente distinta a los estándares del país, porque los gagauzos suman más del 80%, mientras que los moldavos apenas superan el 4%. El gagauza es un pueblo de origen túrquico, aunque convertido al cristianismo ortodoxo desde hace generaciones. La lengua más hablada es el gagauzo, derivado del turco, aunque el ruso también ocupa su lugar en la vida cotidiana. Siempre han estado bajo el poder de imperios o reinos vecinos y su población ha sido marcadamente prosoviética, incluso durante el golpe contra Gorbachov en 1991.
Tras casi 20 años de letargo, Rusia y sus aliados están redibujando las fronteras de un nuevo bloque económico, político y social. Ucrania ha sido el primer movimiento de una jugada que muy seguramente tendrá su réplica en Moldavia
Consiguió su autonomía actual en 1994, dentro de la Moldavia independiente. De esta manera concluyó el conflicto nacionalista que se había planteado tras el derrumbe de la URSS. Si bien las diferencias de criterio con Chisinau son evidentes, el gobierno de Comrat (su capital) nunca ha optado por la ruptura, ni ha protagonizado un conflicto civil como en el caso transnistrio. No obstante, el referéndum de febrero ha colocado a la Unidad Territorial Autónoma de Gagauzia en una situación complicada, ya que rechaza la senda de aproximación a Bruselas iniciada por el gobierno central. Es necesario recordar que las autoridades de Moldavia firmaron el pasado noviembre un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, idéntico al que vetó Yanukovich.
Al igual que sucedió tras caída del Muro de Berlín, una sucesión de factores imprevistos ha cambiado el ritmo y las prioridades del proyecto europeo. Tras casi 20 años de letargo, Rusia y sus aliados están redibujando las fronteras de un nuevo bloque económico, político y social. Ucrania ha sido el primer movimiento de una jugada que muy seguramente tendrá su réplica en Moldavia. La Unión Europea comparte frontera con esta nueva zona de tensión y no puede desentenderse de lo que allí sucede. A pesar de ello no debemos anteponer la expansión territorial a nuestros principios, ya que los Criterios de Copenhague de 1993 fijan claramente nuestras prioridades a la hora de incluir nuevos miembros en la U.E. Rusia está jugando fuerte y su presión ya se deja sentir en suelo moldavo. No tenemos mucho tiempo para tomar decisiones.
Jaime Aznar
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