Bloguera, activista desde los 10 años a favor de la educación de las niñas, Malala Yousafzai recibió hace unos días el Premio Sajarov y fue propuesta al Nobel de la Paz. También merecía esta distinción, lograda por la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas, debido probablemente a razones políticas.
El índice de alfabetización entre las mujeres de Pakistán es del 3% en el mundo rural y de un 15% en los centros urbanos. Precisamente, los talibanes atentaron gravemente contra esta adolescente para impedir que las mujeres salgan de la marginación y de la explotación mediante la enseñanza. Malala ha comentado: “Los extremistas tienen miedo de los libros y los bolígrafos. El poder de la educación les asusta”.
El atentado contra Malala indignó a muchos paquistaníes, que manifestaron su apoyo a la muchacha y denunciaron a los autores, pero además al gobierno por su ambigüedad en la lucha contra los extremistas religiosos y en permitir tantas humillaciones como padecen allí las mujeres.
Fue un crimen contrario al islam, afirmaron 50 ulemas del Sunni Ittehad Council (Consejo para la unidad suní) en una fatwa conjunta. Un dirigente del Muttahida Qaumi Movement recomendó a sus partidarios no acudir a las oraciones de los imames que no condenaran el intento de asesinato.
En Swat, valle del Jaiber Pastunjuá, antes Provincia de la Frontera del Noroeste de Pakistán, los grupos radicales tienen la maldita costumbre de reducir las escuelas a cenizas. La guerra regional, las inundaciones y otras catástrofes han contribuido al hundimiento del sistema escolar en toda la región. Las chicas abandonan la escuela poco después del quinto año, sin finalizar el bachiller. Muchas famlias evitan que sus niñas acudan al centro escolar por la inseguridad de los ataques, sean talibanes o “drones” estadounidenses. El conservadurismo étnico y religioso dominantes reprueba en muchos casos la educación de las mujeres.
La intolerancia machista de la mayoría de la población de esa región surge de algunos códigos tribales pashtu, en los que la mujer es una propiedad más y moneda de cambio del marido, como el oro, la tierra y el ganado. En las zonas tribales de Pakistán es habitual que los padres casen a sus hijas, todavía niñas de 11 ó 12 años, con hombres mayores y ancianos y que el divorcio sea una deshonra. Las tradiciones señalan que los hombres de la familia pueden decidir la vida de las mujeres. Las viudas y con varios hijos no tiene derecho a rehacer su vida y, si lo hacen, quedarán proscritas. En Beluchistán, Jaiber, las áreas tribales y las zonas rurales de Sindh y Punjab han aumentado los malos tratos, las violaciones, los homicidios y en ellos los crímenes de honor (960 mujeres asesinadas en 2009, según Amnistía Internacional), de entrada en los propios hogares. El número de víctimas es mayor entre las mujeres más empobrecidas y de otras minorías étnicas y religiosas.
Las mujeres son kari, negras despectivamente, y el karo kari es una práctica salvaje del Pakistán profundo: “un hombre en deuda con otro puede asesinarlo y acusar a su madre, hermana o hija de haberlas visto en actitud indecorosa con él y asesinarlas” .
Las costumbres son arcaicas, pero se dan pasos hacia adelante. En 2005 el Parlamento estableció la ley por los Derechos de las Mujeres. Legalmente, desde entonces, ellas pueden solicitar el divorcio sin estar obligadas a presentar cuatro testigos hombres y buenos musulmanes; denunciar a sus maridos si las maltrata y defenderse contra la explotación sexual. Decenas de miles de mujeres trabajan actualmente por la aprobación de esta norma. En los últimos dos años se han promovido iniciativas legislativas sobre la autonomía financiera y administrativa de las mujeres y contra el acoso en el trabajo.
No obstante, los avances se han producido gracias a las movilizaciones sociales. La asociación Aware Girls subraya que los desafíos son combatir la difamación y el hostigamiento sexual y disponer de mayores posibilidades de liderazgo y de independencia económica. En 2011, durante 16 días, miles de mujeres recogieron 700.000 firmas por la Eliminación de la Violencia contra las mujeres y las niñas.
Malala aparece como un ejemplo real de otra niña, esta vez en la ficción: Bakhtay, emocionante y ejemplar protagonista de la película “Buda explotó por vergüenza”. En su empeño insistente por aprender, mientras recorre los caminos de Afganistán, busca una escuela donde no le pongan obstáculos para educarse, a pesar de vivir en una sociedad hundida en la violencia. Al final será libre en una metáfora de la vida y de la muerte.
Las mujeres pashtu, afganas y paquistaníes, especialmente en el campo, componen en intercambian poemas como instrumento de resistencia. Son landais, palabra que significa “pequeñas serpientes venenosas”, versos llenos de meena (amor), muska (sonrisa) y de sátira para resistir a los matrimonios forzados, la presencia militar extranjera, la guerra y los talibanes.
Como si fuera una premonición, un landai dice: “Tu me prohíbes ir a la escuela. Nunca seré médico. Pero piensa que un día caerás enfermo….”
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