La frontera oriental de Europa se está convirtiendo en una fuente inagotable de noticias, dónde se decide con sigilo las fronteras que marcarán el rumbo del siglo XXI. Tras la inacabada transición de Ucrania, una nueva nación se debate entre el este y el oeste, entre la Unión Europea y la Unión Euroasiática. Las elecciones celebradas el pasado 30 de noviembre, sitúan a Moldavia en un periodo de incertidumbre.
Después de casi una década de gobierno comunista, en 2009 accedió al poder una coalición de partidos decididamente europeístas, que puso al país en un claro rumbo de convergencia con Occidente.
Si bien es cierto que los primeros acercamientos a la Unión Europea fueron realizados por el Partido Comunista, ha sido el bloque liberal quien en junio de este año que se firmó un tratado económico con Bruselas. En aquella ocasión, el primer ministro moldavo Iurie Leanca proclamó abiertamente que el objetivo último de su política exterior era la integración completa en la UE, prometiendo para ello una serie de reformas «modernizadoras». No obstante, la rotundidad de este mensaje no está respaldada por una abrumadora mayoría social, antes bien, el debate europeo está provocando una creciente división. A pesar de que los partidos europeístas suman más votos que cualquier otro frente político, el partido más votado resultó ser el pro-ruso Partido Socialista. Pero… ¿Son estos resultados objetivos? Aunque no deja de ser paradójico que el gobierno de Vladimir Putin denuncie falta de limpieza en unos comicios (recordemos las multitudinarias manifestaciones ocurridas en Moscú a finales de 2011) su análisis es imprescindible.
La expulsión del proceso electoral del partido Patria a tres días de la votación, resulta cuando menos polémica. El Tribunal Supremo falló en este sentido aduciendo financiación ilegal con fondos provenientes del extranjero, y es que este partido pro-ruso y partidario de adherirse a la Unión Euroasiática propuesta por Rusia, iba a ganar las elecciones según los sondeos. De su descalificación se benefició el Partido Socialista, que hizo de refugio para aquellos euroescépticos dispuestos a apoyar una opción que no pasara por el acercamiento a Bruselas. No es de extrañar que el propio Putin avalara finalmente al candidato socialista. La otra presunta irregularidad se habría cometido con el voto proveniente del extranjero, de los moldavos residentes en Rusia para ser más exactos. Ante la inclinación rusófila de este sector del electorado, las autoridades moldavas habrían dispuesto un insuficiente sistema de votación que privara a muchos de estos ciudadanos de su derecho al voto. En la Federación Rusa residen cerca de 700.000 moldavos para los que únicamente se habilitó cinco centros de votación. Por contra, en la Unión Europea viven unos 200.000 emigrantes para los que se habilitaron hasta 90 centros de votación, sólo en Italia se abrieron hasta 25. A pesar de las dudas, la OSCE ha validado unas elecciones que no obstante han quedado empañadas por la sospecha.
Sin embargo lo que más llama la atención es la dualidad que se produce en el poder. Una coalición de partidos europeístas formará gobierno pese a no haber ganado las elecciones. El partido más votado suele ser pro-ruso, pero siempre se queda sin apoyo suficiente para gobernar. En 2009 le pasó al Partido Comunista, que también fue acusado de manipular las elecciones, y ahora ocurre con el Partido Socialista. Esto nos pone frente a un verdadero problema, pues quien gobierna representa a una escasa mayoría incapaz de hacerse claramente con la primera posición. Legitimados por un sistema que como es lógico premia las mayorías y la capacidad de lograr acuerdos, el europeísmo está forzando el paso por un terreno resbaladizo. Si a ello sumásemos los habitantes de Transnistria, autoproclamada república auspiciada por Moscú, la opción euroasiática ganaría peso. Por otro lado, la coalición gubernamental formada por Partido Liberal Democrático, Partido Democrático y Partido Liberal, continúa estigmatizada por un elevado nivel de corrupción. Ello no quiere decir que las opciones pro-rusas sean pulcras y honestas, pero dado que la Unión Europea se está implicando tan directamente en este proceso, no debería pasar por alto lo que sus colegas moldavos hacen en el gobierno. Desde 2009 el país no ha hecho más que subir en el ranking mundial que elabora Transparencia Internacional sobre corrupción en las instituciones públicas, pasando del puesto 89 al 102 (de un total de 175).
Puede concluirse que el acercamiento al proyecto europeo no está cosechando la adhesión esperada, ni está ayudando a corregir los defectos de un sistema que parece no tener arreglo.
Moldavia sigue siendo uno de los países más pobres de Europa y que más rápidamente se desangra por la emigración. La falta de oportunidades es una constante que afecta por igual a ambos lados del espectro político, mientras los ciudadanos sufren un creciente desencanto. Da la sensación de que el gran proyecto de la UE no está trayendo la prosperidad y modernidad prometidas, que sus intereses se reducen a una mera lucha por la primacía en la región. Esta circunstancia actúa en nuestra contra, por que en vez de sumar está restando fuerzas al europeísmo.
A pesar de tener un gobierno afín en Chisinau durante la última legislatura, la opción Euroasiática sigue siendo atractiva para una parte importante de la sociedad, que además está entrando en una peligrosa dinámica de bloques… La bomba ha sido colocada, corresponde al nuevo gobierno desactivarla o prender definitivamente la mecha.
Imagen: carteles de propaganda electoral en Chisinau, por Dan Gutu.
Jaime Aznar
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