Han pasado casi dos años desde que el presidente Obama señaló que Palestina tendría un Estado independiente. A lo largo del tiempo se han sucedido decenas de reuniones y ninguna realidad de paz. Ahora, el secretario de Estado John Kerry propone un nuevo encuentro. En Palestina desconfían de que las palabras del padrino estadounidense causen un efecto negociador auténtico en el gobierno israelí. La elección de Martin Indyk como mediador no es precisamente una señal de que EE.UU. vaya a presionar a Israel para que flexibilice su intransigencia. Indyk fundó el Institute for Near East Policy, una de las instituciones que más defienden a Israel en Washington. Pero, en este momento, a EE.UU. le puede convenir algún tipo de pacto para evitar que más jóvenes se sumen al yihadismo con la causa palestina como banderín de enganche y, en consecuencia, se incremente la tensión regional.
La afinidad de EE.UU. e Israel es un principio sustancial para ambos países. Apoyar y mantener la hegemonía de Israel implica la permanencia de la supervisión que realiza Estados Unidos sobre la región desde finales de la 2ª Guerra Mundial.
Encrucijada de tres continentes y de rutas comerciales, todos los presidentes de EE.UU. han exigido disponer de un acceso más fácil y barato a los recursos petrolíferos y de un importante mercado civil y militar, sin grandes competidores. Una de las claves para conseguir este objetivo, ha sido consolidar el denominado “consenso estratégico”: una alianza que englobe a un Israel poderoso y a regímenes árabes más débiles, fragmentados y dependientes. En la actualidad, esta circunstancia significa que las aspiraciones de cambio social y político de las poblaciones de estos países – sean partidarias de estados laicos o con influencia religiosa – queden sujetas a dirigentes políticos y militares que no planteen dificultades a la política exterior norteamericana en esta zona del mundo.
Estancamiento es la palabra que define las relaciones entre Palestina e Israel. Netanyahu endurece una concepción de la seguridad basada en la hegemonía económica y militar – no en una paz justa entre las partes – y en la constante y progresiva colonización de Cisjordania y Jerusalén Este. Puede gobernar así en coalición con los nacionalistas radicales de Bait Yehudi – voceros de los colonos – y sin los escaños de las formaciones religiosas ultraortodoxas. En el campo palestino, todavía dividido y enfrentado, la presidencia de Mahmud Abbas ha perdido legitimidad porque su mandato concluyó en enero de 2009. Apenas ha obtenido ventaja de la designación de Palestina como estado observador en la ONU. Tampoco de la próxima decisión de la Unión Europea de excluir de sus programas de cooperación con Israel a las colonias implantadas en los Territorios Ocupados desde 1967.
Además, el devenir de las movilizaciones sociales y políticas árabes no favorece a las reivindicaciones palestinas. El movimiento islamista Hamas recuperó protagonismo y fuerza gracias al apoyo del partido islámico de Erdogan en Turquía, la llegada de los Hermanos Musulmanes al gobierno de Egipto y el peso del islam político en la oposición siria. Sin embargo, el golpe de Estado en El Cairo ha modificado la relación de fuerzas en la zona.
El derrocamiento de Morsi y la persecución contra la Hermandad conlleva un factor regional, ya que los mandos del ejército egipcio sostienen una relación estrecha con sus aliados israelíes.
La advertencia del dictador sirio Al Assad de que su régimen es la mejor solución – como en Egipto – para vencer a los islamistas contribuye a la marginación de Hamas como posible interlocutor en cualquier mesa negociadora. Por tanto, Israel aplaude, mientras su principal enemigo en Palestina retrocede. No obstante, los israelíes deberían demostrar más cautela, ya que Arabia Saudí – en el país del Nilo, partidaria de la dictadura de Mubarak y ahora de los militares – gana asimismo en su disputa con los Hermanos Musulmanes y ampara con influencia política y petrodólares a los grupos salafíes radicales, combatientes también en Siria y ansiosos por lanzar cohetes contra Israel y sustituir a Hamas en el liderazgo palestino.
De vuelta a las posibles negociaciones, Israel nunca ha aceptado que se pongan sobre la mesa cuestiones fundamentales para un acuerdo que merezca la pena: las fronteras de 1967, antes de la ocupación de Gaza y Cisjordania, como punto de partida; el estatuto de los 4,7 millones de palestinos refugiados; la independencia económica de Palestina, que le permita disponer de moneda y recaudar los impuestos, y la soberanía sobre las fuentes del agua del Jordán y las marítimas, por citar asuntos que se olvidan.
Entretanto, cada intento de negociación se salda en un fiasco e Israel no pierde el tiempo. Acaba de anunciar la concesión del permiso para construir 1.000 nuevas casas en el norte de Cisjordania y cerca de 70 más en Jerusalén Este. El gobierno de Israel alienta la edificación. Los datos no engañan: el Ejecutivo destinó a los asentamientos 127 millones de euros y en 2011, 224 millones. Su población se ha incrementado progresivamente: cada año entre un 4 y un 6% más de habitantes y a un ritmo de un 2% más que en Israel. En 1987 residían en Cisjordania y Jerusalén Este 50.000 colonos. En 2013 se cuentan 367.000 en la primera y 200.000 en la Ciudad Santa. Benjamin Netanyahu ha indicado que su objetivo es alcanzar el millón de colonos en 2014. Están ubicados en 130 colonias. Asimismo, existen también unos 100 pequeños asentamientos, denominados outpost («puesto avanzado»). Los asentamientos representan en la práctica (con sus límites municipales y regionales) el 42% de las tierras ocupadas de Cisjordania, que a su vez alcanza el 62 % del territorio (zona C en los acuerdos de Oslo en 1993) que no está bajo administración de la Autoridad Nacional Palestina.
La colonización israelí se basa en una política de expansión que pretende apropiarse del máximo territorio palestino.
Las colonias, las carreteras que las rodean y enlazan (controladas por Israel) provocan la segmentación de Cisjordania y el hecho consumado de apoderarse de las zonas acuíferas y de las tierras más fértiles. En definitiva, la clave es que Palestina posea el menor espacio territorial, con una administración totalmente subordinada y una población sin derechos de ciudadanía. En Jerusalén se trata de que el número de personas palestinas sea mínimo, con el propósito de que nunca puedan reclamar que el Este de la ciudad tenga el estatuto de capital de Palestina. Un vuelta de tuerca más: el Parlamento israelí blindará su negativa a devolver tierras con un proyecto de ley que prevé un referéndum en caso de un acuerdo de paz. En estas condiciones, es imposible un Estado palestino viable y cualquier ronda de conversaciones se convertirá en fracaso por enésima vez. Más frustración palestina y menor seguridad para Israel. Sin embargo, la población de Cisjordania y Gaza expresó en las calles que Palestina es un Estado, desde que 138 países de los 193 integrados en la ONU votaron en la Asamblea General, el mes de diciembre de 2012, que Palestina se convierta en miembro observador. Palestina tiene historia, población, territorio y gobierno. Sin embargo, no cuenta con la soberanía necesaria para configurar un Estado, a consecuencia de la ocupación israelí. Todo lo contrario que la máxima del sionismo, que se refería a la construcción de un “Estado de los judíos” con el lema “un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo”.
El acuerdo de Naciones Unidas representó un éxito de Mahmoud Abbas y de su organización, Fatah. El presidente de la Autoridad Nacional Palestina necesitaba esta ventaja como el agua. Precisamente, porque Hamás se ha reforzado en Gaza e incluso en Cisjordania. Los motivos son varios: el freno a los ataques de Israel; el apoyo que Turquía, los nuevos gobiernos islamistas (Egipto – eliminado luego – Túnez…) y la colaboración que los estados del Golfo (Arabía Saudí, Catar) prestan decididamente al movimiento de resistencia islámico en Palestina; y el baño de masas de su líder Jaled Meshal en su regreso a la franja.
Que Palestina haya logrado el apoyo a su petición – más su integración en la UNESCO – representa un avance significativo, porque la ANP puede pedir el amparo de la comunidad internacional y judicializar el conflicto con posibles denuncias a Israel ante el Tribunal Penal Internacional.
No obstante, el triunfo político y diplomático de la iniciativa palestina apenas tendrá efecto sobre el terreno por la intransigencia de Israel, el rechazo de Estados Unidos y, también, la división palestina. De hecho, ambos estados se han opuesto a numerosas disposiciones de los tribunales a favor de Palestina; por ejemplo la apelación para detener la construcción del muro de separación en 2004 debido a que afecta a la integridad de Cisjordania.
Asimismo, ha demostrado el fracaso de la política actual del gobierno de Netanyahu y de Lieberman. Los políticos israelíes se han manifestado con desprecio y agresividad, pero sobre todo rehusan emprender conversaciones de paz. La ocupación militar; la colonización y la anexión de más tierras palestinas sólo contribuyen al aislamiento de Israel y no le garantiza un futuro en paz. La respuesta del ejecutivo israelí no se ha hecho esperar: vía libre a la próxima edificación de 3.000 viviendas en el enclave E1 entre Jerusalén Este y el asentamiento judío de Ma’ale Adumim. Es una carga de profundidad definitiva contra la posibilidad de establecer, al lado de Israel, un Estado palestino, aunque sea mínimo: solo en un 10% de la Palestina histórica, tras las sucesivas conquistas y anexiones israelíes. Con esta ampliación de los asentamientos, se quebraría la relación geográfica con Jerusalén y no se dispondría de continuidad territorial; cohesión demográfica; ni de salida económica, sin fronteras regionales efectivas con los países árabes para el comercio, posibilidad de recaudar impuestos y utilizar el agua de los yacimientos acuíferos y del río Jordán.
Israel tampoco ha dejado que Gaza siga su camino en libertad. Una vez más, Israel bombardeó a sin contemplaciones la franja de Gaza en 2012. La política de seguridad del gobierno de Netanyahu, líder del Likud, partido de la derecha conservadora, ejecutó paso a paso la operación “Pilar defensivo”, cuya denominación desveló un ejercicio de propaganda. En los ataques a Gaza, ni en la secuencia temporal ni por su violencia, se aprecian posiciones disuasorias o encaminadas a la negociación, sino una extrema agresividad armada. Hamas e Israel mantuvieron una tregua de hecho, que continuó gracias a los buenos oficios de Egipto. Sin embargo, a comienzos y mediados de octubre de 2012, la aviación israelí había comenzado su escalada. La capacidad ofensiva de Israel, con sus F-16 y helicópteros Apache, no se corresponde de ningún modo con los cohetes Fajr-5 proporcionados por Irán. La asimetría también es evidente en muertos; todos reprobables, pero las cifras cantan: según una organización de derechos humanos israelí, 271 palestinos frente a 4 israelíes desde 2009. Por tanto, la vuelta al asesinato selectivo de jefes islamistas y civiles; la destrucción de edificios; y un posible ataque terrestre tienen intenciones más profundas que la respuesta destinada a impedir el lanzamiento de misiles por las milicias de Gaza.
Israel quiere recuperar la iniciativa en la zona para que no disminuya su hegemonía. Hamas se ha reafirmado políticamente en los últimos meses gracias los cambios políticos derivados de las movilizaciones árabes. Son bazas que Hamas – movimiento político y religioso – ha ganado y que le fortalecen como representante palestino, frente a Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional, completamente desacreditado y frágil y en medio de protestas sociales en la calle. Por otro lado, el gobierno de Abbas ha logrado un tanto con su incorporación a la UNESCO y la posibilidad de presentarse como Estado observador en las Naciones Unidas.
Ante esta nueva situación, Israel ni quiere ni sabe reaccionar mediante la diplomacia preventiva, porque le exigiría negociar una solución justa – no existe ningún proceso de paz – con los dirigentes palestinos.
De entrada, esta opción significaría el final del asedio de Gaza y de la ocupación militar y la colonización constante y progresiva de Cisjordania. Son cuestiones esenciales de la ideología y de la política del sionismo, fundamento de un Estado excluyente. El Estado israelí siempre ha preferido aplicar una visión de la seguridad estrictamente militar, que le garantiza la superioridad pero no la pacificación. Sin embargo, esta alternativa le aísla y debilita y no podrá mantenerla eternamente, por más que obtenga ventaja de la censurable falta de reacción occidental en favor de los derechos palestinos.
Israel tiene excesiva confianza en su poder. No advierte que su obsesión por eliminar a Hamas le puede resultar perjudicial. En este caso, quedaría el campo libre para los grupos yihadistas, que ya mantienen un pulso con el gobierno de Gaza y son los responsables de algunos de los disparos de cohetes contra el territorio israelí. La intención de los extremistas es poner a Hamas en la encrucijada de utilizar las armas, aun con una relación de fuerzas desfavorable, o perder apoyos entre los habitantes de Gaza. Para la estabilidad regional es mejor que Hamas sea un protagonista preferente y hasta interlocutor que el vacío iluminado del yihadismo.
Benjamin Netanyahu utiliza un conflicto exterior para consolidar su ventaja en el Gobierno formado a comienzos de 2013. Es una constante en la política interna israelí. El llamamiento a la unidad nacional patriótica detrás de las Fuerzas Armadas permite olvidar durante un tiempo las reivindicaciones contra el desmantelamiento de las políticas sociales. No obstante, las protestas pueden volver a la calle por el gigantesco gasto que acarrea una operación militar de envergadura: la anterior ofensiva en diciembre de 2008 costó 753 millones de euros en 22 días. La dureza calculada de Netanyahu encaja perfectamente con la alianza formada para esos comicios con Avigdor Liberman, al frente del partido ultraderechista Yisrael Beiteinu (Israel, Nuestra Casa). El que fuera ministro de Asuntos Exteriores es partidario de la desaparición física de Hamas, la supresión de la Autoridad Nacional Palestina, la anexión de las colonias ilegales en Cisjordania y de que los palestinos juren fidelidad al Estado nacional judío, si quieren conservar los derechos de ciudadanía. En Israel las tesis más radicales y peligrosas obtienen mayor audiencia política cada día que pasa. Es un túnel sin final.
Posteriormente, la tregua en Gaza y el nuevo estatuto en la ONU son también un desafío para la reorganización en el campo palestino. Con sus llamadas de teléfono al presidente egipcio Morsi, Barack Obama ha concedido a Hamás un cierto reconocimiento como interlocutor para lograr el cese de las hostilidades, que Israel aceptó a regañadientes. El movimiento islamista de Palestina no puede perder esa baza, aunque actúe con una ambigüedad calculada: su dirigente Jaled Meshal se mostró partidario, en una entrevista para la CNN, de aceptar las fronteras de 1967 ( por otro lado, rechazadas por Israel), pero clama por recuperar toda Palestina en su provocador discurso ante la población de Gaza. De una vez por todas, Mahmoud Abbas tiene que mostrar determinación para fortalecer su autonomía respecto a la política de Israel. Un objetivo imprescindible sería la reunificación de la resistencia palestina en un proyecto común, con nuevas elecciones presidenciales, que dejara al margen los intereses partidistas de Hamás y Fatah.
En el marco regional, aparecen claves que marcarán el futuro. En primer plano, las autoridades palestinas de cualquier signo e Israel deberán saber cómo situarse ante el nuevo mapa que se perfila al fondo del escenario. Estados Unidos reparte las cartas y dirige la partida en la configuración de un posible eje suní conservador, con Egipto, Turquía Jordania, Catar y Arabia Saudí, que contrarreste a los chiíes en el poder de Irán y Siria. Es una de las razones del apoyo estadounidense al cese el fuego en Gaza y del malestar de la administración Obama respecto a la persistente voluntad de Netanyahu y Lieberman por incrementar las colonias en Cisjordania, expansión que debilita a Mahmoud Abbas. Después de consolidar la pertenencia de la Autoridad Nacional Palestina a esta alianza, la política exterior estadounidense quiere sumar a Hamás a ese diseño estratégico. Un doble juego que ofrece oportunidades para Palestina, pero al mismo tiempo suma el riesgo de mayor dependencia de EE.UU., mientras el estado israelí actúa sin cortapisas y margina una paz justa.
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