Arabia Saudí, Emiratos, Catar, Bahrein, Kuwait y Omán rechazan algo tan sagrado como la solidaridad islámica y tan habitual como la hospitalidad árabe. Pero ellos niegan esta acusación. Arabia Saudí afirma que aloja a 500.000 refugiados; los Emiratos Árabes Unidos, 250.000 y que han prorrogado contratos desde el inicio de la revolución siria en 2011. Difícil saberlo, porque ninguno de estos países ha firmado el Convenio de Refugiados de 1951. También argumentan que han donado cerca de 900 millones de dólares a organizaciones caritativas, sin cuyos fondos la vida diaria de las personas huidas de Siria sería mucho más dura. De todas maneras, los asilados a lo que tratan con todas las facilidades son magnates económicos, ingenieros, abogados y médicos muy cualificados.
Sin embargo, aumentan los reproches. No existen razones para que los jeques repudien a sus hermanos de religión y cultura.
Arabia Saudí salvaguarda a dictadores derrocados por las movilizaciones árabes u otros (Ben Alí, Túnez; antes, aquel criminal ugandés Idi Amin Dadá); a islamistas reaccionarios en los años 70 y a imames ultraconservadores. Nunca a partidarios de las reformas. A estos reyes y emires les preocupa solo que se cumplan sus leyes laborales y de inmigración y una política basada en su liderazgo político y seguridad.
El régimen de Arabia Saudí surge de la relación de dos fuerzas: una concepción tribal y singular de la solidaridad entre los Saud, en competencia incluso armada contra el resto de los árabes, y una tendencia religiosa, el wahabismo, unitarista y dogmático, que lucha contra la diversidad del Islam. Arrebataron a los hachemíes (actualmente en Jordania) la custodia de los lugares santos de La Meca y Medina en 1926. Asimismo, han consolidado la rivalidad entre Siria y Arabia Saudí y el control de los jeques sobre la religión musulmana. No les convence la historia de poder y expansión que significó el califato omeya en los casi 200 primeros años del islam y, en la historia contemporánea, mucho menos el nacionalismo árabe, por otro lado, igualmente autoritario.
Las declaraciones del emir de Catar, Tamin bin Hamad Al Zani en la BBC “tenemos suficientes esclavos” subrayan la actitud de los otros países del Golfo.
En concreto, se exige a los trabajadores procedentes de otros países la kalafa u obligación de tener una especie de valedor o tutor del país de acogida y de no moverse del lugar de trabajo.
Los estados del Golfo aducen en su favor que la entrada de refugiados quebraría el equilibrio demográfico. El 65% de la población catarí es inmigrante y en Kuwait existen 100.000 bidoun o apátridas.
Para los emires se trata de un asunto de seguridad. Arabia Saudí participa en la coalición contra Bashar al Asad y el abandono de población de las tierras sirias debilita al gobierno de Damasco y deja territorio libre para ataques más efectivos.
Todavía más, los saudíes consideran que los musulmanes suníes de Siria no se han sumado al wahabismo. Señalan que la llegada de los sirios podría provocar una desestabilización política por sus posibles aspiraciones de reforma del régimen o por el avance yihadí. El asalto a la Meca por parte de extremistas en noviembre de 1979 todavía no se ha olvidado. Eluden los riesgos y edifican un muro de 965 kilómetros a lo largo de la frontera iraquí.
En la otra cara de la moneda, fueron árabes los primeros países que acogieron refugiados y a sus familias desde hace cuatro años, además de Turquía. Por proximidad, relaciones familiares y afinidad social y religiosa.
En Turquía se han refugiado 1,8 millones de sirios; cerca de 250.000 en Irak; 1,18 millones en Líbano (población total, 4,2 millones); 133.000 en Egipto; 630.000 en Jordania y 24.000 en el Magreb. Pero, su escasísima integración; la disminución de recursos (hacen falta no menos de 5.500 millones de dólares, de inmediato) y la incapacidad de estados frágiles para mantener a casi 3 millones de refugiados, empujan a estas personas refugiadas hacia Europa. Al Zaatari en Jordania es un ejemplo del desastre de unas condiciones de vida dramáticas: 85.000 sirios en 9 kilómetros cuadrados, el segundo campo mayor del mundo.
Entre los árabes también se manifiestan muchas protestas, en los medios y las redes sociales contra esta actitud distante de los jerarcas del Golfo. Como menciona la web albawaba “la acogida de refugiados sirios por los países del Golfo es un deber” se tuiteó unas 33.000 veces solo en una semana por los jóvenes del Golfo.
Los países árabes que no superan de media los 8.000 dólares de renta per cápita, se han encargado de recibir el exilio de los habitantes de Siria, a partir de 2011. Sin ayuda, apenas les da para más. Los estados árabes con una renta media individual de 47.000 dólares han puesto, sobre todo, obstáculos y restricciones. Como muchas veces, se trata de algo evidente: la diferencia de comportamiento que existe entre árabes pobres y ricos.
Imagen: foto de las 100.000 tiendas de que dispone Arabia Saudí y con las que podría dar refugio a 3 millones de personas.
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