En julio de 2010 una de las figuras más aclamadas del fútbol español debutó en la liga alemana. El jugador era Raúl González Blanco y su equipo el Schalke 04. Nada de todo esto parece guardar relación con la actualidad, pero un pequeño ejercicio de memoria nos hará cambiar de opinión. En la camiseta azul del conjunto renano, entonces y ahora, aparece el logotipo de una empresa muy concreta: Gazprom. En efecto, el gigante del gas ruso juega en la Bundesliga desde el año 2006. Aunque anecdótico, supone un revelador indicio que nos anticipa la imbricación de las relaciones económicas entre Europa Occidental y Oriental.
Vayamos un poco más allá. Dentro de la Unión Europea hay un grupo de países nororientales que son fieles clientes del gas que llega desde Rusia. Estonia, Finlandia o Letonia dependen casi en exclusiva de este flujo, mientras que para Alemania representa el 24% de sus importaciones. En términos absolutos, el destino del 23% de la exportaciones rusas de gas es la Unión Europea. Este nivel de transacciones disminuye conforme nos desplazamos al Oeste, de tal manera que el nivel de compra desciende al 6% en Francia y al 0% en España. El petróleo es la otra cara de la moneda energética, ya que los Urales y Siberia son regiones ricas en este bien fósil. Además, existen otras zonas secundarias como el Mar Caspio, el Báltico o Barents que consolidan esta posición estratégica. Rusia concentra un 13% de las reservas mundiales en su subsuelo, es el segundo exportador del mundo y abastece mercados desde Europa hasta Asia-Pacífico. Incluso en 2013 llegó a ser el tercer proveedor de nuestro país. En conjunto Europa absorbe el 93% de la producción petrolera rusa.
Resumiendo, a grosso modo podemos afirmar que más del 25% de los combustibles que consume Europa proceden de yacimientos rusos. Pero no todo son ventajas, como acertadamente recuerda Nick Bulter en Financial Times: “la economía rusa ahora depende más del petróleo y el gas que cuando llegó Putin al poder. El petróleo y el gas representan el 70% de las exportaciones rusas y más del 50% de todos sus ingresos estatales.”
Es fácil comprender la reticencia de las autoridades europeas a subir el tono de sus declaraciones y decidirse por un bloqueo a Rusia, que en verdad nos perjudicaría. La subida de los precios del gas solo puede poner en peligro nuestra capacidad de recuperación en un momento crucial, aunque como se ha señalado antes la economía española no se resentiría. Es más, valores como Enagás o Gas Natural pueden ver incrementado su atractivo y su demanda si la escalada de represalias se hace efectiva. Paralelamente, los intereses rusos también se resentirían de continuar en la línea actual. Quedarse sin los pingües ingresos de las exportaciones sería problemático a corto plazo e inasumible a medio plazo. El recelo de los mercados se hace evidente, dejándose notar en la paulatina depreciación del rublo.
Parece ser que la desconfianza se está instalando en la economía rusa y, lejos de poder disfrutar de las ventajas que ofrece una divisa más baja, podría estar entrando en un auténtico ciclo negativo. Para curarse en salud, Moscú ha empezado a tomar medidas, perjudiciales eso sí para Ucrania. Como si de un convidado de piedra se tratase la ex-república soviética se ha quedado sin la tarifa reducida de gas que se le venía ofertando, a la vez que disminuye la importancia de sus gaseoductos. Los planes rusos pasan por implementar otras líneas de abastecimiento como Nord Stream (hacia Alemania por el Mar Báltico) y la proyectada South Stream (hacia Bulgaria, Italia y Austria por el Mar Negro).
Mientras tanto, Estados Unidos parece desperezarse y adopta un papel cada vez más activo en este conflicto. Aunque sus intereses sean coincidentes con los nuestros, su ubicación y redes económicas lo mantienen relativamente a salvo de las represalias económicas que pudieran producirse. Después de los últimos reveses en política internacional y sus particulares enfrentamientos con la diplomacia rusa, Barack Obama se ve obligado a tomar las riendas. La invasión de Crimea o el anuncio de ubicar nuevas bases militares en Cuba y Venezuela no parecen dejar muchas opciones. Aunque Polonia se revela como el país europeo más en sintonía con la política norteamericana, Washington desea una mayor compromiso del Viejo Continente en su conjunto. Las palabras al respecto de John Kerry hablan por sí solas: “si Rusia no comienza a rebajar la tensión, nuestros socios no tendrán más remedio que unirse a nosotros para aislarla política, económica y diplomáticamente.”
Parece que nuestra Unión, especialmente Alemania, se encuentra atrapada entre dos frentes. De un lado, la inadmisible agresión que supone ocupar parte de un país soberano y, por otro, el temor al perjuicio económico si definitivamente se ponen en práctica las sanciones. Conocedor de este dilema, Valdimir Putin lo tiene claro: “en el mundo contemporáneo, donde todo está relacionado… claro que se pueden dañar unos a otros, pero será un daño mutuo.”
Jaime Aznar
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