
A David Fincher (Denver, Colorado, 1962) ya le gustaba de niño trastear con la cámara súper 8. La enorme importancia que concede al dominio de la técnica visual, la fotografía y la posproducción procede de su inicio como integrante de la Industrial Light & Magic. En la factoría de George Lucas, Fincher se ocupó de los efectos especiales de El retorno del Jedi e Indiana Jones y el templo maldito. Después, ha dirigido numerosos videoclips publicitarios de lujo para Nike, Coca Cola, Madonna, Sting, Nine Inch Nails, Michael Jackson, George Michael, Rolling Stones, Aerosmith…
Con diez películas en su haber (un cineasta completo: asimismo actor en cuatro y productor en 10 y co-director y co-productor de una serie, House of cards), Fincher se ha impuesto como uno de los cineastas más personales, creativos e incisivos del cine actual. La crítica y el público esperan impacientes cada una de sus películas. Todas diferentes, pero con un estilo narrativo personal – en contenido y técnica – marcado por una percepción acerada y desoladora del mundo contemporáneo, con protagonistas individuales turbados; una dirección de actores impecable y unos efectos técnicos asombrosos.
No guarda buen recuerdo de Alien 3, su primera película. Recortada por la Fox, es una incursión fallida (según el propio Fincher) en esta serie de anticipación de un futuro aterrador. Alien 3 nos presenta, a pesar de todo, rasgos de su estilo posterior con ambientes opresivos y brumosos.
La libertad creativa es una de sus normas para conseguir otra de sus características: el perfeccionismo. No le importa rodar una toma 99 veces (como la secuencia introductoria de la Red social) si logra un resultado óptimo.
Resultado de su colaboración desde 1994 con una pequeña productora independiente, New Line Cinema, dirige un thriller impactante, Seven, que se convierte en una referencia absoluta del “serial killer” y crea tendencia, incluso en los magníficos títulos de crédito. Intensamente sombría, visualmente brillante en su cromatismo irreal, con un guión impecable, Seven nos perturba profundamente por su asesino diabólico, que ejecuta los siete pecados capitales. También, por su mirada desesperada y pesimista a la sociedad actual. Sin posibles finales felices, su pareja de policías deambula por una ciudad corrompida, grisácea e inundada de lluvia. Con una interpretación precisa y contundente de todos sus protagonistas, es la primera colaboración con Brad Pitt, que se convertirá en su actor fetiche.
Dos años después, sorprende con The Game. De nuevo, el desencanto y el malestar de nuestro mundo, en el que un hombre de negocios antipático y aburrido, sin interés por nadie a su alrededor, queda atrapado en un juego manipulador. Su dramática salida es la venganza en una comunidad impersonal, donde mandan el poder y el dinero.
En 1999, El club de la lucha fascina y, a la vez, provoca una gran polémica por una visión de la supervivencia humana basada en un individualismo nihilista y destructivo y en una violencia expresiva rotunda. Sin embargo, es un golpe furioso a una sociedad de consumo desatada y una crítica ácida de la condición humana. Coherente con su oscura visión del mundo, Fincher obtiene el prestigio de ser un director particular.
Largo y escabroso es el camino del infierno que conduce a la luz – Seven.
El cine de Fincher es una inmersión en la miseria moral, el dolor psicológico y físico, causados por la obsesión y la incomunicación. Perseguidos por un destino hostil, sus protagonistas son personas inadaptadas, insomnes, sometidas a duras pruebas, en medio de una sociedad árida y desoladora. Todo es un reflejo de la civilización contemporánea. No obstante, emerge también el deseo de escapar de una existencia tediosa, adormecida y banal. Es la voluntad de sobrevivir y el esfuerzo por conseguir una salida que conceda un sentido a la vida.
Como un paréntesis para tomar aire entre tanta inquietud, en 2002 rueda La habitación del pánico una intriga de factura más clásica. La calma es aparente, porque Fincher nos introduce en un mundo urbano y cerrado no menos intranquilo, resultado de las obsesiones provocadas por los atentados del 11 de septiembre. Pero, sobre todo, esta película de encargo es un ejercicio sobresaliente de técnica: crea planos sorprendentes y multiplica los efectos de cámara como los ojos de los espectadores penetran en las paredes y el relato.
Después de cinco años dedicado a los videoclips y a un proyecto fallido por divergencias con Tom Cruise, rueda en 2007 un nuevo thriller. Zodiac rebusca, a lo largo de los años, en cada detalle de una investigación sobre otro asesino en serie. Con un estilo diferente, más directo, próximo al documental, nos demuestra hasta qué punto la burocracia nos hunde en el absurdo, la tensión y, al final, en la desazón de un callejón sin salida.
El curioso caso de Benjamin Button (2009), el tercer encuentro con Brad Pitt, como si fuera un punto y aparte, nos desvela un cineasta melancólico en el cuento fantástico de un hombre singular, con sus alegrías, amores y dramas. Sensible, es una meditación sobre la riqueza material efímera, el tiempo y el destino. Fincher exhibe su dominio de los efectos especiales y la post-producción, en los que incorpora magistralmente las tecnologías digitales más avanzadas.
La sociedad digital magnetiza a David Fincher, que considera ya imprescindible en un mundo modificado por la tecnología visual. Es miembro activo de la “demoscena”, una subcultura informática cuyo objetivo es la creación artística mediante la música por ordenador, la infografía y la programación.
La adaptación de la primera parte de la serie policiaca nórdica Millenium (2011) tras el éxito de La Red Social (que analizamos ampliamente en esta propuesta didáctica didáctica) reúne de nuevo todas las preocupaciones de Fincher. La muerte ronda sin parar en un universo opaco y desesperado, aunque Lisbeth Salander proporcione dignidad a todas las víctimas y razón de ser a un destino frágil y decepcionante.
Ahora David Fincher nos presenta Perdida (Gone girl, 2014), basada en la novela de Gillian Flynn de título homónimo, una propuesta arriesgada en tono y narrativa. Aunque Fincher ha logrado el reconocimiento de Hollywood, no permite que nadie dicte su camino artístico. No ha perdido su independencia y cierto espíritu de rebeldía. Tampoco su ambición por convencer al gran público, sin dejar de ser un creador de culto.
David Fincher: A Film Title Retrospective de Art of the Title en Vimeo.
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