Las negociaciones en Naciones Unidas sobre Siria y la lucha contra el Daesh forman parte del mismo paisaje: promover una reforma del régimen de Damasco y equilibrar los liderazgos regionales (Irán, Turquía y Arabia Saudí). Sin olvidar conseguir más recursos para eliminar a los yihadíes de Al Bagdadi y mantener en el terreno la supervisión de las grandes potencias (EE.UU., Rusia y Francia).
La ONU ha acertado especialmente en dos asuntos: reunir a 17 ministros de Asuntos Exteriores de Europa y Oriente Medio (entre ellos Estados Unidos, Rusia, Irán y Arabia Saudí) y votar por unanimidad impulsar en Siria un alto el fuego, un gobierno de transición en seis meses y elecciones libres en dieciocho.
Incertidumbres y violencias
Pero los problemas no se han despejado suficientemente como para que la guerra acabe con justicia. En el encuentro de Nueva York se ha hablado de paz, aunque se han olvidado los secuestros, masacres y torturas cometidas por las fuerzas de seguridad sirias y la impunidad en la que quedarían sus dirigentes. Los gobiernos de Siria, Irán e Irak (el frente chií, con el Hezbolá libanés) más Rusia subrayan que sus rivales son, en esencia, grupos terroristas. El Daesh es uno más. Por tanto, exigen primero identificar a cada organización y excluir de un pacto a la mayoría. La intención real de Al Asad es ejercer de muro de contención del yihadismo para perpetuarse en el poder con el mayor poderío posible.
Najib Ghadbian, alto cargo de la resistencia siria – dividida y con apoyos externos diversos y enfrentados – ha anunciado en un congreso, en la capital saudí, Riad, a comienzos de diciembre, que esa alternativa es irreal.
Nada se puede solucionar si el presidente Bashar al-Asad no desaparece, se crean nuevas instituciones y los opositores cuentan con una representación adecuada en el proceso de transición. Estados Unidos y Arabia Saudí diferencian entre formaciones contrarias a Al Asad – armadas o no – y grupos yihadíes como Al Nusra (Al Qaeda) y el Daesh.
Los saudíes, por delante
Para contrarrestar el peso de Rusia e Irán, Arabia Saudí – autoproclamado líder suní – ajusta sus fichas en el tablero de manera independiente, como marca la nueva política exterior del rey Salman. El joven príncipe Muhamad ibn Salman, hombre fuerte del reino, ministro de Defensa y viceheredero, ha anunciado la creación de una coalición de países musulmanes suníes. Su propósito es evitar las críticas que le llueven por no emplearse a fondo contra los yihadíes y, además, reaccionar a posibles ataques terroristas del Daesh en la Península Arábiga. Sumados a la implantación de Al Qaeda en Yemen y a la guerra en este país con los huzíes, de ascendiente chií, los riesgos para la dinastía Saud se multiplicarían en tres frentes imposibles de resolver al mismo tiempo, cuando la ambición saudí es revalidar su hegemonía regional.
Ahora bien, las aspiraciones de los príncipes protagonistas del relevo generacional en la monarquía son evidentes, pero su influencia no es tan determinante. Indonesia, Pakistán y Malasia afirman desconocer cualquier plan de crear un centro de coordinación de inteligencia; educación contraria al yihadismo y, mucho menos, participar con fuerzas terrestres.
Sin embargo, los wahabíes más extremistas no ven con buenos ojos la intervención del estado saudí contra Al Qaeda y el Daesh, precisamente porque simpatizan con la versión del salafismo yihadí de estas organizaciones radicales.
Es una disputa relacionada con las interpretaciones más o menos estrictas del islam reaccionario; de la reislamización y de quiénes están al mando. La Meca y Medina legitiman a Arabia Saudí; el desarrollo del yihadismo global, a Al Qaeda; y la declaración del califato al Daesh.
Es un laberinto de rivalidades. Arabia Saudí compite con Catar y los Hermanos Musulmanes en el islam suní que es preciso aplicar. La casa Saud exige fidelidad a una dinastía familiar, mientras que la Hermandad reclama un islam político activista, electoral y pacífico, salvo en asuntos locales con un conflicto bélico abierto, como en Palestina (Hamás), o Siria, donde Catar es aliado de los Hermanos y los saudíes de diversas milicias agrupadas en el Frente Islámico de Siria.
Israel y Turquía comercian
Tampoco Israel es ajeno a este conflicto. Nunca participará si no es atacado directamente. Tiene sus propios problemas: derechos sociales; freno total a negociaciones justas con los dirigentes palestinos; ascenso de la extrema derecha religiosa, cuestiones identitarias… Asimismo, rechaza el acuerdo entre Irán y EEUU sobre la cuestión nuclear, porque desconfía de los mandatarios de Teherán y de que un posible levantamiento de las sanciones económicas a Irán, incremente la entrega de armas a Hezbolá en Líbano. No advierte solo del apoyo logístico a los chiíes libaneses, sino también de que las milicias iraníes pudieran intervenir contra Israel en la frontera libanesa. La tensión sería todavía mayor si los incidentes armados con el ejército de Damasco – acompañado por guardias revolucionarios de Irán, que salvaguardan a Bashar al-Asad – se ampliaran a los estratégicos altos del Golán (ubicados a 1.000 metros de altura, a menos de 60 kilómetros de Damasco y pozos que nutren de agua al lago de Tiberíades y el alto del Jordán). Una meseta fortificada anexionada por el estado israelí en diciembre de 1981, con la oposición de la ONU Naciones Unidas, que hizo caso omiso. El riesgo de extensión de la guerra es mínimo, ya que es prioritario vencer al Daesh y estabilizar Siria.
No obstante, Israel está acostumbrado a atacar para prevenir y las incursiones son habituales. De hecho, mientras aumentan los enfrentamientos interárabes, los comunitarismos religiosos y las injerencias de potencias regionales y externas, el gobierno de Netanyahu no para.
Consolida la política de asentamientos en Cisjordania y elude cualquier interlocutor válido palestino para la paz; aprovecha la debilidad de sus enemigos y renueva amistades dañadas. La fuerza aérea acaba de eliminar a un destacado jefe de Hezbolá: Mujahid Samir Kuntra, el decano de los presos liberados de las cárceles de Israel, donde pasó 29 años. La organización libanesa achaca a terroristas sirios haber marcado el blanco a los aviones.
En este reajuste de relaciones, el ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, desarrolla el neo-otomanismo en su política exterior: cooperación y pacifismo – mientras no se violen sus fronteras – y reafirmarse como potencia regional e internacional. Sin embargo, esta tesis le vale para enviar tropas contra los kurdos iraquíes y sirios y replicar a las sanciones rusas, con la amenaza de enviar armas a Ucrania y reconocer la soberanía tártara en el Volga y Crimea. Igualmente, sirve para recibir amistosamente al jefe del Mossad israelí, Yossi Cohen, y al diplomático Joseph Ciechanover y obtener gas de las explotaciones marítimas de Israel (algunas en Gaza) y sustituir este hidrocarburo, que no le va a llegar de Rusia. Una diplomacia llena de engaños.
La responsabilidad del desastre en Oriente Medio es de los Estados y sus caudillos; de los emires y califas y no de sus habitantes.
Imagen: tira cómica del dibujante sirio Ali Ferzat.
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