En los últimos meses varios acontecimientos muestran algunos desafíos con los que se enfrenta el nuevo gobierno nacionalista conservador en Israel, formado no sin dificultades en mayo, dos meses después de las elecciones anticipadas, y dirigido por el incombustible y muy hábil Benjamin Netanyahu.
Permanecen en Israel importantes conflictos relacionados con las diferencias y choques sociales, culturales y de convivencia. De entrada, con la población árabe-palestina de los Territorios Ocupados o con ciudadanía israelí. Un dato del avance de las tesis segregacionistas del gobierno actual ha sido impedir que 50.000 palestinos cisjordanos que trabajan en Israel puedan volver a sus casas en los mismos autobuses que los judíos. Esta dura medida fue retirada por las críticas de la oposición, pero demuestra la opción gubernamental por una seguridad que incluye la marginación de la población palestina y la superioridad judía.
Un nuevo gobierno nacionalista a la derecha y religioso
La formación del gabinete del cuarto mandato de Netanyahu ha sido muy complicada y solo consiguió una exigua mayoría de un escaño (61 diputados). Esta situación revela que cada partido intenta que se atiendan sus intereses específicos en medio de una fragmentación política e identitaria.
Existen opiniones diversas sobre la idea de nación y su aplicación en relación con la tierra de Israel; las libertades individuales y sociales; las interpretaciones religiosas y las reivindicaciones palestinas.
Los dilemas internos en Israel se sitúan entre la aplicación efectiva de la democracia; la igualdad en derechos y la mejora de las condiciones de vida o el reforzamiento autoritario del Estado y el empobrecimiento de las poblaciones más débiles.
El Likud consideró que no debía ceder ministerios importantes a otros grupos de la derecha o a los religiosos porque el partido de Netnayahu había logrado 30 diputados y cada uno de los otros partidos no más de una decena. Sin embargo, el reparto del poder ha sido imprescindible. Kulanu (escisión del Likud) consiguió los puestos clave en economía y desarrollo territorial, que le permitirán ampliar su apoyo social, a la búsqueda de cumplir su programa de descenso de los precios de las viviendas y frenar así las protestas sociales.
La negativa de Israel Beitenu, del ruso Lieberman, a entrar en el gabinete (Netanyahu dispondría así de una mayoría de 67 escaños de los 120 de la Knesset) se debe a su rechazo a la presión religiosa y su intención de no desgastarse en la política diaria cuando su partido ha retrocedido significativamente y aparece una cierta tendencia más a la izquierda.
El acuerdo con los ultras nacionalistas y religiosos de HaBayit HaYehudi (Hogar Judío) ha sido el más problemático. Era obligado contar con sus ocho escaños para consolidar un gobierno, aunque fuera por la mínima. Pero el pacto puede recortar los derechos democráticos. El ascenso imparable de la brillante e inflexible Ayelet Shaked y su designación como ministra de Justicia, a pesar de que se le achaca no tener formación jurídica y una mínima experiencia de dos años en el Parlamento, persigue limitar al máximo la independencia de los jueces y del Tribunal Supremo y sus nombramientos para aumentar el poder del Ejecutivo y de la Knesset. Igualmente, alentará el recorte de leyes como la de la Dignidad y la Vocación, que defienden los derechos económicos y frenará las migraciones africanas y su instalación en el Neguev.
La diputada del Likud Tzipi Hotolevy, como ministra adjunta de Asuntos Exteriores, significa el rechazo a la solución de los dos Estados y refuerza la negación de conversaciones de paz mientras exista Hamás. Benjamin Netanyahu menciona la posibilidad de dos estados. Eso sí, el palestino desmilitarizado, sin apenas atribuciones políticas y económicas y que reconozca el Estado nacional judío. Es pura retórica para eludir el aislamiento internacional y, entretanto, continuar la expansión de Israel mediante la edificación constante de los asentamientos de los colonos.
Un punto de vista más intransigente sostiene Naftalí Bennet (líder de Hogar Judío), que exige incrementar la colonización de los territorios palestinos ocupados e incluso la anexión total de Cisjordania. Además del aplazamiento definitivo de una negociación real con las autoridades palestinas y la eliminación militar de Hamás.
El gobierno israelí prosigue su desprecio hacia la población palestina. La huelga de hambre de Mohammed Allaan (más de 60 días), un preso palestino en coma, apenas ha merecido un debate parlamentario, en el que la mayoría de los escaños de los conservadores estaban vacíos. Los diputados de la Lista Árabe Unida (tercera formación política en Israel, con 13 asientos en la Knesset) se han sumado a la protesta contra las malas condiciones carcelarias y la reciente ley de detención administrativa, que extiende el encarcelamiento sin juicio durante seis meses prorrogables. Allaan ha empezado a tomar alimentos y agua, pero su denuncia no debería caer en saco roto, sino una advertencia de que la población palestina no cede en su resistencia.
La Autoridad Nacional Palestina presiona a Israel con su reconocimiento en las instituciones internacionales, a la espera de una importante propuesta francesa en septiembre. Al mismo tiempo, los dirigentes de Hamás viajan a Arabia Saudí y Turquía para reiterar que todos son imprescindibles contra su enemigo común, el extremismo yihadí y revalidar su protagonismo político frente a Israel, bastante maltrecho por el retroceso de los islamistas en provecho de los yihadíes.
Pero, asimismo, avanza una iniciativa de mayor calado estratégico: que el alto el fuego tácito entre Israel y Hamás se amplíe diez meses más. Benjamin Netanyahu no elude esta cuestión, debido a que un cierto aflojamiento de su dureza con los palestinos evitaría el malestar de EE.UU. y otras potencias por su rechazo del plan con Irán. Se ha mencionado en este verano la posibilidad de un corredor naval entre Gaza y Chipre (conversaciones en Catar entre Tony Blair y Jaled Meshal). Hamás exige la reapertura del aeropuerto y la libertad para decenas de presos en Israel. Otro problema que dilatará el proceso es el gigantesco yacimiento de gas natural en las aguas marítimas de Israel, aunque también de Gaza, que proporcionaría a Israel autonomía en este hidrocarburo y abundantes ganancias.
Judíos, falashas y etíopes
Las denuncias de los falashas etíopes reflejan una grave crisis social, que tiene que ver con el racismo. Al comienzo del verano, también se han producido graves incidentes con esta minoría.
Las desigualdades identitarias entre la población judía son un problema en Israel. Sean sabras (nacidos antes de 1948 en Israel y sus herederos) o inmigrantes; de origen askenazí (Europa central) o sefardí (desde la Península Ibérica hasta el norte de África y el Mediterráneo Oriental). Añadamos a los falashas etíopes, desde su discutida declaración como judíos por el Gran Rabinato Sefardí de Israel en 1973 y el askenazí, dirigido por Shlomo Goren, en los 80. Este rompecabezas cuestiona la definición única de Estado Nacional Judío, que implicaría la marginación y posible expulsión de las personas no reconocidas como judías. En esta decisión tienen mucho que ver las leyes del Estado y numerosos rabinos.
La vida de los falashas es particularmente dura. Hace cuatro meses 10.000 jóvenes de origen etíope han protestado en la calle por el racismo que sufren en la sociedad israelí y por parte de las instituciones. La respuesta de las fuerzas de seguridad han sido detenciones y golpes. Que un policía pegara al soldado Damas Pakada, uniformado, ha desbordado el vaso. Los falashas exigían mejores condiciones de vida, educación, libertad para los detenidos y eliminación de las multas.
Algunos citan la leyenda del Kebra Nagast, que sitúa a los falashas como herederos de Menelik, hijo de Salomón y de Makeda, reina de Saba; o de la tribu perdida de Dan (arqueológicamente inexistente). Otros que procederían de judíos egipcios exiliados después de la conquista de Judá por Nabucodonosor (587 adC.), o de los que escaparon hacia Yemen destruido el Segundo Templo por Roma en el 70 dC. Diversas fuentes señalan que fueron cristianos convertidos al judaísmo en la Edad Media por influencia del judaísmo yemení. No existe claridad todavía.
Se autodenominan Beta Israel (Casa de Israel). “Los que no tienen tierra” en lengua amárica. Con una economía empobrecida y diferentes saberes religiosos, ha sido enorme el choque entre los falashas, integrantes de una sociedad rural, con quienes viven en un país moderno.
Su versión de la religión judía contribuye a la incomprensión en Israel, sometido a formas muy normativas y exclusivas del judaísmo ortodoxo. Leen en ge´ez (etíope clásico) la Biblia Septuaginta (griega y con algunos libros que no figuran en el Tanaj o Biblia hebrea). No siguen la Halajá (sistema legal del judaísmo), ni el Talmud (enseñanzas rabínicas). Celebran fiestas no bíblicas como la de Abraham y el sigd, recuerdo de la entrega de la Torá a Moisés.
Habitantes de Gordan y Woloke, en el norte de Etiopía, azotados por la hambruna y la dictadura, la reafirmación nacionalista de Israel acarreaba salvar a estas minorías judías marginadas o perseguidas, unos 22.000 falashas. Después de recorrer un largo camino en el que murieron varios miles, fueron trasladados en puentes aéreos (1984-1991, Operaciones Moisés, Josué y Salomón) a territorio israelí. En 2010 se rescataron a 8.000 falashas muras, que habían quedado atrás. Eran descendientes de judíos cristianizados a la fuerza en el siglo XIX. A su llegada a Israel, todos ellos debieron cumplimentar una nueva conversión al judaísmo, humillante para quienes ancestralmente se consideraban judíos y tenían sus propios qes o sacerdotes.
La segregación de los cerca de 140.000 falashas (50.000 nacidos en Israel) es evidente. A su diferente color de piel e interpretación religiosa se suman el empobrecimiento y las desigualdades sociales que padecen. La discriminación viene de lejos y los atropellos violan el derecho a la salud y a la intimidad. En 1996 se prohibieron las donaciones de sangre de los inmigrantes falashas, en prevención de que fueran portadores del sida. En 2000 se descubrió que, sin saberlo, mujeres falashas habían sido inyectadas con Depo-Provera, un anticonceptivo que las esterilizaba durante tres meses. El resultado fue que la tasa de natalidad de la comunidad falasha descendió un 50% en diez años.
Viven en pueblos y barrios más lejanos del centro (en Kyriat Malahi y Kyriat Gat, al sur, son algo más del 20%) y sus hijos acuden a escuelas exclusivamente etíopes. Se les asocia a una clase social baja (un 40% menos de salario que la media nacional, 2.200 euros), con trabajos y oficios modestos o en paro (casi el 40% y por debajo del umbral de la pobreza, 580 euros); dependientes (un 60% de las familias) de las ayudas estatales y muchos acusados de delincuentes. Solo son el 2% de la población israelí pero llegan al 30% de los presos en la cárcel de Ofek, destinada al internamiento de menores.
El presidente Reivlin ha reconocido que esta situación significa una gran negligencia del Estado. En el encuentro con el soldado falasha herido en las manifestaciones, el mismo Netanyahu mencionó la obligación de acabar con la discriminación. Sin embargo, la mayor parte de la solución a este problema está por resolver mediante nuevas legislaciones. Difícil, cuando solo dos judíos de origen etíope se han sentado en la Knesset: el señor Adisu Massala y la señora Pnina Tamano Shata. Cargos, además, en Parlamentos anteriores y no en el elegido en marzo.
Diplomacia o fuerza
Es verdad que Benjamin Netanyahu pretender reforzar la presencia de Israel en el mundo. Un paso ha sido nombrar, hace unos días, embajador en la ONU al diputado Danny Danon, del sector más duro del Likud. Una decisión que el periodista David Horovitz ha calificado de “miope, embarazosa y nefasta”.
En 2013 se opuso rotundamente a cualquier negociación con los palestinos, censuró las propuestas del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, sobre posibles conversaciones de paz. Asimismo, se manifestó contrario a la solución de dos Estados y ha apoyado la anexión del máximo de tierras de Cisjordania. Desde luego, con esta designación, Netanyahu prefiere la ocupación, el incremento de las colonias y la negación de los derechos de los palestinos a otras declaraciones, retóricas, sobre su deseo de recuperar algún proceso de paz. Sin embargo, el gobierno israelí tensa más la cuerda y una solución justa y pacífica está cada vez más lejos. Para Horovitz, Danny Danon “se ha convertido en la verdadera imagen de Israel bajo Netanyahu”.
De todas maneras, las conversaciones con los palestinos no son un objetivo principal, aunque Netanyahu haya expresado su gran malestar por el reconocimiento del Vaticano de un Estado palestino propio y hasta la beatificación de dos monjas palestinas. El acuerdo con la Iglesia Católica es fundamental. Asegura la presencia y los derechos de los cristianos (muchos árabes y palestinos) en momentos de persecución por los extremistas yihadíes y de coacciones de grupos radicales judíos. Pero, sobre todo, es un éxito más de la diplomacia positiva frente a la dureza militar y el bloqueo político.
Las prioridades de Netanyahu son más amplias e implican al contexto regional y sus cambios geopolíticos debido a la guerra contra los yihadíes del Daesh. El primer ministro israelí percibe que Jordania, Arabia Saudí, Catar y los Emiratos tienen intereses comunes con Israel, por su enfrentamiento con el chiísmo e Irán. En su opinión, sería el momento de establecer alianzas estratégicas que contrarresten el protagonismo de Irán y de las milicias chiíes en apoyo de Siria e Irak. Israel considera que Irán continúa siendo su principal enemigo, si bien Estados Unidos insiste en convencer a Netanyahu de que apruebe el pacto nuclear con Teherán. A cambio, el Congreso ha aprobado la entrega de bombas y misiles aire-aire y aire tierra por valor de 1,9 millones de dólares.
Polémica sobre el aplazamiento nuclear de Irán
La palabra recelo se queda corta en la valoración que hace el Estado israelí sobre el acuerdo nuclear entre las grandes potencias 5+1 (EE.UU., Reino Unido, Francia, Rusia, China, más Alemania) e Irán.
Los cinco son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que garantiza la legalidad internacional del pacto. La opinión del gobierno de Netanyahu, pero también de la Unión Sionista, en la oposición, (laboristas más Hatnuah) es rotunda: rechazo y condena.
El primer ministro Netanyahu ha calificado el acuerdo de “error histórico”. El Ejecutivo judío subraya que el tiempo para obtener uranio enriquecido sea al menos de 12 meses durante 10 años, solo evita conseguirlo ahora, aunque no elimina la posibilidad de que se realice después. También piensa que el plazo de un mes antes de que los inspectores puedan investigar las centrales y los reactores es insuficiente. En ese intervalo Irán podría ocultar centrifugadoras (en 15 años Irán pasó de 160 a 20.000), que luego sirvan para enriquecer uranio y producir plutonio fisible.
La cláusula que mantiene el embargo a los misiles balísticos y a la compra de armas ofensivas, es fácilmente eludible en el mercado internacional de armamento. Irán posee unos 11.000 misiles, entre ellos los Shahab 3 o Seyil 1 con un alcance de 1.300 kms y ha recibido de Corea del Norte los BM-25, con el propósito de desarrollar una fuerza de misiles de medio alcance (2.500 a 3.500 kms.)
Sin embargo, Israel exige ilegalizar todas las actividades de investigación nuclear; el acceso inmediato a la inspección de los equipos nucleares y, asimismo, el desmantelamiento de todas las bases militares y disminuir así la fortaleza militar del régimen de Teherán.
Netanyahu insiste en que la anulación de las sanciones y la recuperación de la exportación de hidrocarburos y de 150.000 millones de dólares bloqueados en los bancos occidentales permitirá desviar muchos más recursos económicos y armamentísticos para organizaciones como Hezbolá y Hamás, que atacan a Israel desde sus mismas fronteras.
No obstante, la crítica de Israel al pacto nuclear es más profunda. La mayoría de los gobiernos judíos han considerado que Irán representa lo que denominan “una amenaza existencial”. Este lema se basa en que los líderes políticos y religiosos iraníes nunca han reconocido al Estado de Israel. Es más, siempre han proclamado la necesidad de su desaparición mediante una fuerza dirigida por Irán; el aval a todos los grupos que expresan este mismo objetivo y, además, el ataque a los judíos en cualquier lugar del mundo. Israel ha manifestado reiteradamente su enfado por la disuasión insuficiente que Occidente ha ejercido contra las acciones terroristas de Irán. Un ejemplo, el atentado de 1994 contra un Centro Judío en Argentina, que causó 85 muertos.
Mientras, esta violencia verbal no cambie, Israel reafirma que el régimen actual iraní nunca puede convertirse en una potencia regional y mucho menos global.
Una enseñanza talmúdica atribuida a Hillel el Anciano (siglo I a.d.c.) señala que “Otros hacen el trabajo del justo, pero si yo no me ocupo de mí mismo, quién lo hará”. En este sentido, Israel precisa que no está ligado al acuerdo y actuará por su cuenta cuando quiera o lo necesite.
Es decir, el Estado de Israel se reserva, incluso frente a la administración Obama, la posibilidad de una acción militar contundente y en solitario contra el nuevo Irán. Pero, la fuerza aérea israelí no dispone del armamento imprescindible (bombas de 13.000 kilos o un avión que las transporte, que sí posee EE.UU) para destruir las centrifugadoras, salvo si se utilizan bombas con cabezas nucleares tácticas. ¿Qué país sería entonces el que habría hecho utilizado armas nucleares? Israel y no Irán, el acusado ahora. No es el momento para tomar una decisión semejante. Máxime porque el enfrentamiento sería también contra el Consejo de Seguridad de la ONU. Igualmente, contraproducente por el riesgo de un aislamiento internacional, que favorecería, por otro lado, a la causa palestina.
Las prioridades han cambiado, al menos a corto plazo. El enemigo a batir entre todos (árabes, persas, israelíes) es el Daesh y su avance y sus intimidaciones. Para Israel es más conveniente reclamar otras compensaciones: la entrega de más F-35 y baterías suplementarias Iron Dome (Cúpula de Hierro), un sistema de defensa aérea móvil, que intercepta misiles de corto alcance. Pero el mejor escenario para el gobierno de Israel es adaptarse al juego diplomático. David Gold, director general de Exteriores israelí y hombre de confianza del primer ministro, ya ha iniciado conversaciones con Arabia Saudí, Egipto, Turquía y la India, con el propósito de contrarrestar a Irán. Es el criterio de la oposición, desde el centro a la izquierda sionista. Afirman que el pacto nuclear es “extremadamente peligroso”, pero añaden que la exasperante irritación de Netanyahu solo ha logrado que las potencias occidentales, según el laborista Herzog, no han tenido en cuenta las preocupaciones de Israel, que no ha podido influir en las negociaciones.
Más acciones de la ultraderecha
En cuanto a qué es ser judío, la división y el enfrentamiento son también un hecho. En dos aspectos. Por un lado, con el extremismo de los grupos de la ultraderecha nacionalista y religiosa. El 17 de mayo miles de manifestantes ultranacionalistas y religiosos judíos han participado en el “desfile de las banderas”. Es el Iom Ierushalayim, que conmemora la “reunificación” de Jerusalén por el Ejército israelí en la guerra de 1967. La marcha atraviesa el barrio árabe de la Ciudad Vieja, hasta llegar al Muro Occidental, lugar sagrado del judaísmo. Siempre es una provocación contra los palestinos musulmanes, porque la plaza está ocupada también por las mezquitas de Al Aqsa y la Cúpula de la Roca. Además, este año los radicales judíos han celebrado la llegada al poder de un Ejecutivo con mayoría nacional y religiosa. Asimismo, ha servido como demostración de fuerza para que el nuevo gobierno asuma rotundamente una nacionalidad judía que signifique la expulsión de las poblaciones palestinas de la Ciudad Santa. Otro racismo más. Esta exigencia implica a la vez conseguir que ninguna parte de Jerusalén pueda convertirse en capital de un hipotético Estado palestino.
“El odio se ha convertido en la realidad social y política de nuestras vidas” ha exclamado Erel Margalit, diputado (Unión Sionista) de la oposición a Netanyahu. Igual advierten los árabes de Cisjordania e Israel. Están indignados y muy inquietos por el ascenso de los movimientos de extremistasque se han aprovechado de la impunidad con la que les ha tratado el gobierno por ahora.
Crece un ultranacionalismo judío violento, ligado a la posesión de la tierra y a la segregación y marginación de la población palestina, por preceptos religiosos o políticos excluyentes. Formados por diversos grupos (Lehava, Tag Mehir) de los asentamientos en Cisjordania o de círculos cerrados en Israel, han sido los autores, en agosto, de los asesinatos de un bebé y su padre palestinos y de una chica judía de 16 años en la manifestación gay de Jerusalén y de la quema de una decena de casas palestinas. Preconizan una versión intransigente del sistema jurídico religioso judío, que califica cualquier otra opinión que no sea la suya como idolatría que se debe destruir. La Halajá (el camino que uno anda), no la Torá o ley mosaica, se nutre en numerosas prácticas talmúdicas y rabínicas y en el magisterio y supremacía política, ideológica y social del Templo y de algunos rabinos sobre la población y la legislación estatal.
Más desconocido es su repudio a los cristianos, habitualmente árabo-palestinos (140.000, el 1,7% de la población de Israel). Urgente recordarlo, porque no escuchamos suficientemente su voz. Los extremistas judíos prendieron fuego en junio a la iglesia de la Multiplicación de los Panes y de los Peces, en Tabgha, en la orilla del mar de Galilea. Asimismo, un tribunal ha decidido impulsar la construcción del muro de separación entre el monasterio de Cremisan y un colegio de monjas vecino, además de apropiarse de tierras de familias cristianas árabes de Beit Jala. Vale la pena leer las web del Patriarcado Latino de Jerusalén, y el comunicado de los obispos, y del colectivo Kairós, que en diciembre celebrará su sexto aniversario. Ellos subrayan “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; perplejos, pero no desesperados…» (2 Corintios, 4:8).
Estrategias militares
El gobierno de Netanyahu no desiste en su alerta bélica. Defensiva según ellos frente a los movimientos como Hezbolá, los islamistas sirios en la oposición a Bachir El Assad, el ejército del dictador, aliado de Irán, e incluso contra posible infiltraciones del Daesh. Han comenzado maniobras y acciones militares en el norte de Israel. La intención es avanzar en Siria y evacuar a los civiles israelíes de las comunidades fronterizas.
La clave son las fronteras sur de Líbano y Siria y, en esta, los altos del Golán, por cierto ocupados desde la guerra de los Seis Días en 1967 y anexionados ilegalmente por Israel en 1981, y surcado por varios asentamientos coloniales.
El Golán es un territorio estratégico: con una altura de 1.000 metros domina los valles cercanos en Galilea, Siria y Líbano y es una importante reserva de agua, de donde proceden los afluentes orientales del lago de Tiberíades y del alto Jordán, esenciales para la hegemonía israelí.
No obstante, esta iniciativa militar responde a consideraciones más manipuladoras y de reafirmación de su poder regional. Significa revelar que puede entrar en conflicto con Irán, su enemigo principal, si el régimen de Teherán opta por chocar con Israel, directamente o a través de sus aliados, gracias al desbloqueo de fondos permitido por el acuerdo nuclear con el grupo 5+1.
El Tsahal ha explicado las claves esenciales de su actuaciones próximas en una guía de operaciones. A saber: no perder la ventaja y responder a las amenazas de Irán y Hezbolá, desde el norte, y de los movimientos islamistas en Gaza y yihadíes del Daesh desde Siria o el Sinaí, aunque en esta zona el ejecutor serán más los militares egipcios. Igualmente, apuesta por mejorar la eficacia y la rapidez en la logística, comunicaciones e inteligencia. Añade, nuevas fórmulas tácticas para enfrentarse a guerrillas, formadas en gran parte, por la misma población. También se exige una formación sólida para la guerra cibernética. Según este documento de 33 páginas advierte sobre lo que califica de “formas no convencionales de guerra”: secuestros, ciberataques y acciones jurídicas internacionales contra Israel.
Los objetivos de las fuerzas israelíes son garantizar la existencia del Estado de Israel, como hogar judío; una economía sólida y reforzar la influencia internacional de Israel. Es decir, consolidar y extender su hegemonía regional en medio de un Oriente Próximo totalmente fragmentado y evitar una pacificación menospreciada y olvidada.
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