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  • Palacio Darul Aman (Afganistán) por Bruce MacRae
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Talibán: ofensiva de primavera

Un año más, la llegada del deshielo incrementa las posibilidades de que los taliban aumenten su capacidad de ataque. Tampoco necesitan esperar a que de una estación se pase a otra. Los últimos desastres bélicos forman parte de una campaña propagandística, cuyo propósito es demostrar su fuerza, con asaltos aquí y allá, que de una guerra de posiciones. Hace tiempo que los talibán y sus aliados se dedican a los atentados, incluso suicidas, como táctica armada.

Ahora, el atentado en pleno centro de Kabul ha provocado decenas de muertos y heridos. El momento elegido es clave: imposibilidad de negociaciones que de vez en cuando se realizan entre el Gobierno y los rebeldes (Doha, Catar). Además, la progresiva salida de las fuerzas extranjenras, prácticamente a punto de concluir, salvo la reserva hecha por Estados Unidos; y la ineficacia e incapacidad de respuesta de las fuerzas de seguidad afganas, aunque hayan precisado un plan para ganar la guerra en cinco años. ¿La réplica talibán? Infiltración, bombas y muertos.

En los campos y ciudades de Afganistán continúa todavía una guerra olvidada y el consiguiente éxodo de personas refugiadas, a las que no deberíamos abandonar: 140.000 llegaron a las costas europeas en los meses pasados.

El movimiento taliban fue derrocado por la Alianza del Norte, junto a los Estados Unidos, en noviembre de 2001, dos meses después de los atentados del 11 de septiembre. También se difuminó el apoyo que le prestaba la Quinta Brigada de Al Qaeda. Sin embargo, expulsados de Kabul, siempre han permanecido en el sur y este de Afganistán y en los territorios del norte de Pakistán. Desde entonces, poco a poco, han recuperado terreno. Primero, por la debilidad e incompetencia del Estado central afgano. En paralelo, porque ellos y su base social son pashtunes y, finalmente, por un convencimiento religioso transformado en una yihad violenta, que proclama e instrumentaliza su lucha contra los ocupantes extranjeros.

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  • Kabul (Afganistán)
  • Mujeres en el distrito Khwaja Omari en Afganistán

Afganistán, ¿un Estado imposible?

Este país de Asia Central ha sido siempre un complicado rompecabezas, en el que se superponen las fidelidades étnicas (pashtunes, tayikos, uzbekos, hazaras…), los clanes de las diversas tribus y la pertenencia de cada una de ellas a diferentes grupos de solidaridad. Además de los enfrentamientos religiosos, tanto entre la interpretación ortodoxa de los ulema tradicionalistas y los sufíes respecto a los islamistas, como de los primeros contra los chiíes hazara.

 

La existencia de Afganistán como Estado, desde mediados del siglo XVIII, es la búsqueda de una “nación imposible de encontrar” por la identificación histórica de los pashtunes con la existencia de un Estado central, que pretende imponerse sobre el resto de pueblos.

 

Pero, igualmente, por la persistencia -antes y después del golpe de Estado comunista de abril de 1978- de conflictos entre las diversas afiliaciones tribales pashtunes en las ciudades más importantes y en la sociedad rural. El aparato de Estado, fijo en la capital, se nutre de la corte y de la aristocracia (en la época de la monarquía hasta 1973) y, después, de la burguesía del Estado (funcionarios, estudiantes, militares) y de la burguesía comercial del bazar. Todos ellos crean redes y jerarquías clientelistas, la mayoría de las veces corruptas, que defienden sus rentas y aspiran a extender su área de influencia al campo. El poder en la sociedad campesina gira alrededor de la figura del jefe tribal o jan, que pretende ampliar su clientela, ser reconocido como árbitro e incrementar su riqueza sin transformar las estructuras tradicionales, en definitiva sin construir un Estado.

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  • Chicas afganas esperan a los útiles escolares que se reparten por la Policía Nacional Oct. orden civil afgano 7 a Amir Dost Muhammad Khanmore. (Foto por GA VOLB)
  • Mujeres periodistas en Afganistán

Mujeres afganas: víctimas y defensoras

La participación en las elecciones de Afganistán, celebradas el 5 de abril, ha sido superior a lo esperado. Es un dato que revela el deseo de la población de superar la guerra y lograr la estabilidad. Todavía es más importante que muchas mujeres hayan acudido a las urnas – a pesar de un sinfín de obstáculos – como una forma de señalar a todo el país y al mundo que reclaman mostrar su presencia activa y sus reivindicaciones. Es un ejemplo alentador de que los hombres no deben decidir por las mujeres. Subrayan así que sin ellas Afganistán no tiene futuro. Pero la realidad es muy diferente. Los códigos tribales señalan que la mujer (zan) es propiedad del hombre y representa una pieza de valor y hasta de intercambio, como el oro y la tierra.

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  • Noria apostada en el lago. De fondo los picos nevados. Kabul. cc IsafMedia
  • Mercado en el barrio viejo de Kabul cc IsafMedia
  • Niños jugando en el medio de un gran cementerio en Kabul ‪ ‬cc IsafMedia
  • Abdul Rasul Sayyaf. REUTERS/Ahmad Masood

Yihad en Afganistán

Los talibanes todavía existen. Acaban de asesinar a 21 personas en una zona de la capital de Afganistán, Kabul, dotada de grandes medidas de seguridad. Ganan terreno cada día que pasa. Siempre han estado instalados en las zonas rurales. Sus partidarios, encuadrados en guerrillas, disputan el territorio a las tropas afganas e internacionales; rodean los cuarteles y actúan a sus anchas sobre todo en el sur y en algunos lugares del centro y del noroeste. Es imposible distinguir a un talibán en las ciudades, excepto cuando en comandos pequeños y suicidas, de forma insistente, atacan objetivos muy precisos. En ninguno de estos escenarios se encuentran aislados, porque forman parte de la población y salen de ella.

A pesar de diversas negociaciones que se han producido para acabar con el conflicto bélico, sin ningún éxito por ahora, los talibanes continúan su yihad agresivo y violento – en su opinión, obligación individual y comunitaria – en una guerra contra los ocupantes de un país islámico y sus aliados gubernamentales.

Al mismo tiempo, su ambición es recuperar el poder, después de que, en el otoño de 2001, fueran derrocados por otros grupos étnicos (tayikos, uzbekos…); diferentes clanes de su propia etnia pashtu y otras tendencias religiosas de la mayoría tradicional suní y, desde luego, de su enemigo histórico, los chiíes.

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  • Malala Yousafzai cc volp91w Michael Volpicelli
  • Un colegio electoral durante las elecciones en Pakistán. ©AP B.K. Bangash

Pakistán electoral y sus desafíos

El segundo país con más musulmanes del mundo, 176 millones de creyentes, es un estado deshecho. La violencia del extremismo religioso; los ajustes de cuentas entre los partidos políticos y las mafias locales campan a sus anchas de Peshawar e Islamabad a Karachi y de Lahore a Quetta. En 2011 han muerto 6.211 personas en atentados. Caen bajo los disparos o las bombas jueces, políticos, mujeres, chiíes y reformistas islámicos, pero sobre todo gente corriente en las calles.

Los talibanes paquistaníes del Terek-e Taliban (TTP) son la amenaza más poderosa, en sintonía con los afganos del mulá Omar y las redes de Haqqani, en ambos lados de la frontera entre Afganistán y Pakistán. Los grupos pashtunes del TTP, liderados por Hakimullah Mehsud y el mulá Fazlullah, se han impuesto a los más moderados en las Zonas Tribales y en la Provincia Fronteriza del Noroeste y mandan en esas regiones. Sus acciones violentas quedan impunes, juzgadas por tribunales inspirados en las costumbres tribales o en el conservadurismo religioso. Los radicales se han instalado en Karachi, capital financiera y puerto del Índico, transformada en un estercolero por el terrorismo, la delincuencia y la pobreza. Los meshud talibanes llegaron a los arrabales y luego al barrio residencial de Sultanabad. Las ideas y movimientos más intransigentes avanzan porque instumentalizan las desigualdades sociales y la religión. También se aprovechan de la incapacidad del gobierno central, dirigido hasta ahora por el Partido Popular, ligado a los Bhutto, y del silencio interesado de la Liga Musulmana de Nawaz Sharif, que no desea perder parte de su base social, predominante en el Punjab.

 

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  • Kabul, Afganistán. cc IsafMedia
  • Un afgano muestra una copia del Santo Corán que supuestamente fue quemada por soldados estadounidenses durante una protesta en Bagram
  • Dieciséis ex insurgentes se unieron al Programa de Paz y Reintegración de Afganistán en la provincia de Ghor. La ceremonia se llevó a cabo la reintegración en el complejo del gobernador provincial. cc IsafMedia

Afganistán: muertos y retirada

Habíamos olvidado que en Afganistán existe una guerra. A la vez que el nuevo secretario de Defensa de EE.UU., Chuck Hagel,  llegaba a KabuI, los talibán han demostrado que pueden continuar con sus ataques móviles en carreteras y campos y con atentados, alejados unos de otros. Esta vez 18 muertos, entre ellos ocho niños, en Kabul y Khost, a 150 kilómetros. Advierten al presidente Karzai y a los mandos estadounidenses que es imprescindible contar con ellos: o toman el poder directamente o se negocia con sus jefes.

La alianza de las milicias del clan radical de Haqqani, los talibanes y los escasos grupos operativos de Al Qaeda renuevan su ofensiva violenta con ataques simultáneos en Kabul y otras ciudades. Han avanzado sus posiciones del sur al centro y el norte del país. Lugares de los que nunca se habían marchado, porque siempre han formado parte de la base social y de la vida cotidiana del paisaje pastún, etnia mayoritaria del país. Los talibanes habían roto las negociaciones que mantenían con Estados Unidos, gracias a los buenos oficios de Arabia Saudí y de Catar, las dos potencias árabes que ya se superponen en la hegemonía del mundo musulmán. No necesitan el diálogo y tienen nuevas bazas para consolidar su dominio.

La quema de coranes, la masacre cometida por un sargento desequilibrado y otros actos de arrogancia y desprecio protagonizados por soldados estadounidenses han enfurecido a la mayoría de la población, profundamente religiosa.

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