
Imagen: ‘Sueño de una tarde dominical en la alameda». Mural de Diego Rivera.
Que todos los seres humanos nacemos libres e iguales lo sabe toda persona que se ha leído la Declaración Universal de los Derechos Humanos y se la toma en serio. También quien habiéndola leído la guarda en la reserva para un momento oportuno en el discurso o la increpación al contrario. Pero sobre todo quien la haya leído o no conoce en sus propias carnes la negación de lo que ella proclama.
Siempre fue así. Es el grito oculto en la historia de las nadie el que sembró de derechos la esperanza del ser humano en poseerlos igualmente en el norte que en el sur, en masculino que en femenino o en lo que sienta y quiera ser.
Nuestras sociedades padecen dos enfermedades que afectan a la salud de los Derechos Humanos; el racismo y el machismo. Superar esta enfermedad implica el rechazo radical a la desigualdad entre humanos atribuida a la naturaleza y afirmar la igualdad ante la ley eliminando toda discriminación. Está en juego la naturaleza humana de nuestra sociedad.
No existe libertad sin asociarle como concepto inseparable el de igualdad. Ambos se sostienen mutuamente para que sea posible el cumplimiento de los Derechos Humanos, es por ello que en las declaraciones aparecen juntos. Que todos los seres humanos nacemos libres e iguales lo avala no solo un criterio ético sino también científico. Las investigaciones sobre el mapa genético alejan cualquier posición determinista sobre la superioridad de una raza sobre otra y también de un género sobre otro. Son las condiciones, materiales y culturales, en las que se nace las que imponen la desigualdad.
Es por esto que la lucha contra la discriminación nos hace más libres a todos los seres humanos, como la lucha contra la pobreza nos enriquece como sociedad.
Cuando Olympe de Gouges escribe en 1791 la declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana que comenzaba así: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”. La respuesta no se hizo esperar, Olympe de Gouges acabó en la guilotina. Hoy la violencia machista sigue matando en una sociedad patriarcal que no acaba de entender que la lucha por la igualdad de género no es una cuestión de mujeres sino de todas las personas que creen en la igualdad.
El 14 de octubre hizo 50 años de la concesión del Nobel de la Paz a Martin Luther King. Su sueño de igualdad prevalece en el tiempo y este año se reconoce por el mismo sueño con el galardón a la joven Malala Yousafzai, y al indio Kailash Satyarthi.
Ahora bien, esa igualdad formal deberá atenderse, desde el punto de vista de los Derechos Humanos, en una igualdad social y material poniendo en juego recursos para quienes privados de condiciones por discapacidades o edad puedan disfrutarlos también. Es por ello que nuestras sociedades deben atender preferentemente a aquellas personas que están limitadas en el disfrute de sus derechos superando barreras físicas, intelectuales o sociales. Es lo que se conoce como discriminación positiva o acción positiva.
En un mundo lleno de avances científicos y técnicos todavía no se ha erradicado la enfermedad que más muertes causas: la pobreza. El virus letal es la desigualdad.
El Informe del PNUD sobre Desarrollo Humano 2014 señalaba que el 15% de la población mundial – alrededor de dos mil 200 millones de personas – es vulnerable y/o padece la pobreza multidimensional. En este caso también las mujeres son las principales afectadas.
En la misma cara de la moneda, las 85 personas más acaudaladas del planeta acaparan la misma riqueza que las 3.500 millones más pobres que representan la mitad de los habitantes del mundo. Un delito de lesa humanidad todavía no tipificado como tal en las leyes. Un sistema que genera desigualdad y una riqueza que empobrece.
En medio de escándalos de fraude y corrupción, España se sitúa como segundo país más desigual de Europa, después de Letonia. El 27% de la población, más de 12 millones de personas, viven en situación de pobreza y exclusión social. Nuestro gobierno, lejos de acudir al rescate de esta población, acentúa los recortes sociales y modifica leyes que hacen imposible el disfrute de los derechos y muy difícil la defensa frente a sus abusos.
Igualdad no es un término compatible con el de uniformidad. La igualdad nos hace poseedores de los derechos que, como seres humanos, dotados de la misma dignidad, nos corresponden. La uniformidad anula la identidad de las personas y las hace dependientes de voluntades.
Solo se puede vivir la igualdad en el respeto a la diversidad. Diversidad de etnias y procedencias, sexo y expresiones afectivas, religiones y culturas, ideologías y opciones políticas. Igualdad en la diferencia y convivencia en el respeto de distintas opciones e identidades, compatibles siempre con el procomún que nos une; los Derechos Humanos. Unos derechos que asistan por igual a todas las personas que habitamos este mundo que nos ha tocado vivir.

Fernando Armendáriz

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Gracias por el artículo Fernando!
Celebro que te gustara otros conceptos fundamentales para entender los derechos humanos son la dignidad y solidaridad pero creo que hoy día reivindicar la igualdad entre todos los seres humanos es una prioridad cuando hay múltiples brechas que nos separan.