Tailandia al borde del golpe
Protestas en el Monumento a la Democracia. Noviembre de 2013

Merece la pena conocer los graves acontecimientos que suceden en Tailandia, aunque solo sea porque han viajado allí en 2013 cerca de 120.000 turistas españoles (un 9,4% más que el año anterior) y nuestra balanza comercial arroja un saldo deficitario de 493 millones dólares. Pero, además,  porque domina el centro del Sudeste Asiático; dispone de importantes negocios financieros; posee materias primas imprescindibles como el caucho, la madera y los arrozales y ambiciona ser el eje de un sistema ferroviario que una Bangkok con China, Laos, Camboya y Malaisia.

Ahora puede consumarse un golpe legal contra la administración de la señora Yingluck Shinawatra y el partido Pheu Thai (Partido para los Tailandeses) si los tribunales anulan las recientes elecciones legislativas. En agosto de 2011 fueron los vencedores y cuentan con 265 de los 500 escaños del Parlamento. La oposición, encabezada por el Partido Demócrata, exige la dimisión del Gobierno y se ha movilizado en las calles, con la consigna “Cerrar Bangkok”, desde noviembre del año pasado, para conseguir el poder que nunca ha logrado en unos comicios desde hace 20 años. El líder que aspira a la jefatura del Gobierno es Suthep Thaugsuban, millonario de la industria del aceite y de las gambas. Le apoyan la familia real y su corte y  las elites económicas. Es un primer paso para liquidar el sistema parlamentario y disolver la formación política del clan Shinawatra.

 

Desde la guerra fría, Tailandia ha padecido largos periodos de desestabilización política y 18 golpes militares, a partir de la instauración de la monarquía constitucional en 1932.

 

En los años 70 y 90, las fuerzas armadas y grupos de la extrema derecha disolvieron las manifestaciones estudiantiles y de activistas a favor de la democracia, con un balance de 200 muertos.

Protestas en Asok, Terminal 21, Bangkok, Tailandia. Diciembre de 2013. cc Thomas Galvez

Protestas en Asok

Concluido el régimen militar, el empresario Taksin Shinawatra ganó las elecciones en 2001, 2005 y 2006, fecha en la que el ejército tomó de nuevo el mando, amparado por el anciano y enfermo rey Bumiphol Adulyadej, que se resiste a perder influencia en los asuntos del país. La lesa majestad permite condenas de hasta tres años en caso de críticas a la Casa Real, según el artículo 112 del código penal. Durante estos años, Taksin fue acusado de corrupción por desviar fondos a sus negocios y las limitaciones a la libertad de prensa. Denuncias ciertas, porque este millonario es más un populista que un demócrata. Su lema ha sido: “una empresa es un país, un país es una empresa”. No obstante, obtuvo el apoyo de los sectores más desfavorecidos merced a sus programas de acceso a la sanidad y a la educación e incentivos al consumo. Precisamente, el incremento del PNB, en una economía en pleno desarrollo, las redes de solidaridad y las medidas sociales que aplicó Taksin Sinawatra han hecho que últimos años el índice de pobreza disminuyera al 8,1% y que prácticamente haya desaparecido la pobreza absoluta.

No obstante, Tailandia revela profundas desigualdades y la crisis política tiene un trasfondo económico y social. Las regiones del norte están más empobrecidas por su lejanía de los centros económicos e industriales de la capital. El norte y el nordeste agrupan al 52% de la población y reúnen el 30% de las personas más pobres, que sobreviven con 1,25$ al día. En Bagkok, únicamente el 1,4% de los habitantes está por debajo del umbral de la pobreza. Las diferencias son también entre el campo y la ciudad: el 12,6% del campesinado (el 68% de la población total de Talinadia) es pobre, mientras en la ciudad el porcentaje es del 3%. Ahora bien, el escaso incremento salarial provoca que el empobrecimiento afecte cada vez más a los trabajadores no cualificados de la industria y del comercio, con ingresos menores a 4$ al día. Con unos ingresos de 300$ al mes una familia de cuatro personas puede garantizar su alimentación y alquiler, pero no alcanzan para la educación superior y la compra de una vivienda. Solo el 30% de la población supera estas cifras.

Ilegalizada la formación política de Taksin, el Partido Demócrata consiguió gobernar por mandato militar entre 2008 y 2011, a pesar de las continuas protestas de los “camisas rojas” del Frente Unido Nacional por la Democracia, partidarios de Shinawatra. El ministro que autorizó disparar contra los manifestantes – alrededor de 92 muertos y 1.800 heridos – que exigían la abolición de la dictadura era precisamente el señor Thaugsuban, en esta crisis principal dirigente contra el gobierno.

La primera ministra Yingluck Shinawatra, hermana de Taskin, exiliado en Dubai, ha cedido. Sin experiencia política, consciente de su fragilidad y con los militares al acecho, convocó elecciones anticipadas para apaciguar los constantes y duros disturbios. También dictó una ley de amnistía, que permitiría la anulación de las condenas por corrupción, incluida la del propio Taskin, pero también las de algunos culpables de las masacres de 1992 y 2010.

Yingluck no ha tenido éxito, porque los 153 diputados opositores proclamaron la desobediencia civil, abandonaron la Cámara y optaron por el boicot a los comicios. En esta misma escalada de asalto al poder gubernamental,  ha comenzado una investigación para comprobar el papel de la primera ministra en un programa de subvenciones al campesinado sobre el precio del arroz, incumplido por falta de recursos económicos.

 

La Princesa Ubolratana Rajakanya junto a Suthep Thaugsuban, en una cena de gala (งาน สโมสรสันนิบาต) organizada por el gobierno en honor de Su Majestad el cumpleaños del Rey. (Sitio oficial del Primer Ministro de Tailandia Foto por พีร พัฒน์ วิมล รัง ค รัตน์)

La Princesa Ubolratana Rajakanya junto a Suthep Thaugsuban.

 

En realidad, detrás del llamamiento a un “gobierno popular” y las críticas a la corrupción, Suthep Thaugsuban desprecia el voto del campesinado, de los pescadores, los pequeños comerciantes y trabajadores urbanos,  sobre todo de las regiones del norte y del nordeste, a los que considera inmaduros porque son favorables al clan Shinawatra. En un paso más hacia una nueva dictadura, su intención es establecer un sistema electoral que no se base en el sufragio universal. Muchas son las cuestiones pendientes en Tailandia. Entre ellas, el protagonismo de la monarquía y de las fuerzas armadas; la autonomía de la justicia; y las desigualdades sociales entre el campesinado, los trabajadores urbanos empobrecidos – muchos inmigrantes – y los sectores más favorecidos del comercio, la industria y las finanzas. Asimismo, la lucha contra las guerrillas islámicas en el sur, que todos los gobiernos del signo que sean han reprimido sin importarles la vulneración de los derechos humanos; y el enfrentamiento entre los clanes que han patrimonializado la política. Si no se resuelven estos problemas, en su mayoría amenazas, la democracia es un horizonte demasiado lejano.

 

 

Tailandia al rojo vivo

28/4/2010

 

El Gobierno  de Bangkok quiere acabar cuanto antes con la oposición. Hace algunos días, varias manifestaciones fueron disueltas a tiros por las fuerzas especiales del Ejército y los paramilitares. Ahora, los militares han acabado de forma brutal con la resistencia de la oposición en la calle. Habitualmente las expresiones políticas en este importante país del sudeste asiático respetaban la tradición no violenta del budismo. Sin embargo, la intervención militar recuerda a los años 70 y 90, cuando la camarilla palaciega – auténtica columna vertebral del poder- ordenó liquidar por las armas las reivindicaciones estudiantiles.

 

Está en juego todo el sistema político de Tailandia, en gran medida porque los generales, la monarquía, los partidos autoritarios y las elites más enriquecidas  obstaculizan el desarrollo democrático.

 

Los “camisas rojas” – símbolo de la sangre derramada en las calles – reunidos en el Frente Unido por la Democracia contra la Dictadura niegan legitimidad al primer ministro Abhisit Vejjajiva y al Partido Demócrata. Su gobierno es el resultado de un pacto entre las fuerzas aristocráticas y los militares.

Desde diciembre de 2008, los partidos conservadores han olvidado la Constitución de 1997 y el más radical, la Alianza del Pueblo por la Democracia, ha propuesto sustituir las elecciones libres por una representación indirecta que alcance al 70% de los parlamentarios. La Comisión electoral ha recomendado la disolución del Partido Demócrata, acusado de haber recibido comisiones ilegales en 2005. A lo largo de los dos años anteriores las movilizaciones en las calles fueron protagonizadas por los “camisas amarillas”, cuya presión logró finalmente desalojar del poder a los partidarios de Shinawatra. El amarillo es el color del rey Bhumibol Ayuldadej – de 82 años y 64 de reinado- que no ha sabido ejercer su papel de mediador. Al contrario, el Consejo Privado de la corona, de la mano de la reina Sirikit, mantiene firmemente el control de la política y las finanzas y no quiere perderlo después de que muera el rey, muy enfermo.

La inestabilidad política tiene un componente social: la enorme y persistente desigualdad en la distribución de la riqueza. El Asia Sentinel de Hong Kong recoge los datos de un sociólogo tailandés: el 1% de las cuentas bancarias poseen el 42% del ahorro del país; el 20% de las personas más ricas de Tailandia disponen del 69% de las riquezas nacionales y el 20% más empobrecido tienen sólo el 1%. Es la fractura entre los sectores sociales privilegiados de la capital y el campesinado, los pescadores, pequeños comerciantes y trabajadores urbanos, sobre todo del norte y del nordeste, calificados despectivamente por las clases altas como “prai” o siervos. No obstante, las protestas reúnen también a parte de las clases medias de las ciudades, que aspiran a una mayor apertura y posibilidad de relevo político. Asimismo, se aprecia que algunos oficiales del Ejército se distancian del régimen actual.

La incertidumbre por los disturbios ha provocado el descenso del turismo (el 6% del PIB) y despidos en un sector que  emplea a casi dos millones de personas. Si a estos problemas añadimos la crisis económica global, se aleja la imagen de una Tailandia estable. Las primeras víctimas son los inmigrantes de los países vecinos, especialmente los 2 millones de trabajadores clandestinos, procedentes en su mayoría de otro país devastado por el despotismo de sus dirigentes políticos, Birmania.

La inmigración aporta el 6 % del PIB de Tailandia, trabaja en las industrias agroalimentarias, en condiciones duras, peligrosas y sin derechos y ahora sienten la amenaza de la deportación. Como les puede ocurrir a los miles de refugiados de las minorías étnicas de los países vecinos, huidos para  poder sobrevivir.

 

Espectáculo de marionetas de Vasan Sitthiket, que parodian a Samak Sundaravej y  Thaksin Shinawatra . cc 2T en Wikipedia

Espectáculo de marionetas que parodia a Sundaravej y Thaksin Shinawatra

 

Con el lema de “abajo el amat (aristocracia)” la oposición exige elecciones libres y no perder las ventajas sociales – acceso a la sanidad y educación y programas de ayuda al consumo y a la producción – concedidas por el gobierno populista de Taskin Shinawatra. Por eso cuenta con las simpatías de los “camisas rojas”, aunque el movimiento desborda ya los intereses del primer ministro entre 2001 y 2006, igualmente responsable de este clima de tensión.Shinawatra ganó dos elecciones, pero encabezó un poder personalista y con grandes favores para su clan. Fue derrocado por un golpe que llevó a los militares al Ejecutivo desde septiembre de 2006 a diciembre de 2007. Ahora está en el exilio, denunciado por corrupción y evadir 1.200 millones de euros.

El Gobierno y el Ejército tienen un nuevo desafío, que puede cuestionar la unidad del Estado: el conflicto en las tres provincias del sur, donde viven 2,6 millones de personas de confesión musulmana. En cinco años han muerto allí alrededor de 3.600 personas, la mayoría civiles. Las Fuerzas Armadas tienen destacados 66.000 soldados, que actúan sin preocuparse por los derechos humanos. Los atentados son frecuentes. Esas tierras fueron incorporadas al reino tai en 1902 y su población reclama mayor autonomía. Ahora, varias grupos proponen la instauración del antiguo sultanato de Pattani.

Tailandia se encuentra ante una elección decisiva: el reforzamiento violento del régimen actual o que todos los partidos se convenzan de la necesidad de unas elecciones libres, que consoliden un sistema plenamente democrático, alejado de pucherazos y del despotismo partidista.

 

 

Punto y aparte en Tailandia

27/5/2010

 

Definitivamente, el Gobierno de Abhisit Vejjajiva ha impuesto la solución militar a la crisis política que atraviesa Tailandia, segunda economía regional y un país clave en la democratización, el desarrollo y la gobernabilidad del Sudeste Asiático. Una zona geográfica que, junto con China (en el Tratado de Libre Comercio entre Pekín y la ASEAN), es el principal conjunto mundial en número de habitantes y el tercero en volumen de intercambios comerciales. Sin embargo, parece que la estabilidad se aleja.

Los soldados asaltaron la “zona roja” del centro de la capital, Bangkok. El balance ha sido de varias decenas de muertos y 1.500 heridos. Allí se habían instalado los partidarios  del Frente Unido por la Democracia y contra la Dictadura, encuadrados en los “camisas rojas”. La respuesta al ataque ha sido el incendio y saqueo de cerca de cuarenta edificios, representativos del poder económico.

 

Un cúmulo de violencias injustificables que extenderá todavía más la quiebra política y social en Tailandia. Por un lado, el campesinado del norte y del nordeste, empobrecidos por el declive de la agricultura; las personas desclasadas que sobreviven a duras penas en la economía informal marginada por una globalización económica especuladora y algunos grupos burgueses aperturistas.

 

Reivindican el reparto más igualitario de la renta nacional y la recuperación de las inversiones en sanidad y educación; niegan legitimidad a la actual administración y exigen elecciones anticipadas. Frente a ellos, las elites financieras y comerciales; los sectores con más ingresos de la capital y las ciudades; además de la burocracia y de las fuerzas armadas ligadas a la monarquía. Éstos consideran que el movimiento opositor es el instrumento para volver al poder del antiguo primer ministro, el multimillonario Taskin Shinawatra, que protagonizó un gobierno igualmente corrupto y autoritario entre 2001 y 2006. Es cierto, pero aún lo es más que esos grupos se resisten a perder la dirección de los asuntos políticos y económicos del país.

 

La Alianza Popular para la Democracia (PAD) en la calle Sukhumvit , el 30 de agosto de 2008

 

Antes de la represión habían fracasado las negociaciones para conseguir un final pacífico y consensuado mediante el adelanto de las elecciones. La oposición ha demostrado capacidad de movilización social y de organización, pero también una amplia división entre moderados y radicales. No han entendido que la relación de fuerzas respecto al Gobierno les era desfavorable. El Ejecutivo – aunque ofreció celebrar los comicios – estaba dispuesto a disolver las protestas sin contemplaciones, de acuerdo con el Ejército, desde el momento que rehusó la posible mediación de Naciones Unidas, Suiza y de varios senadores de la Cámara tailandesa. Los “camisas rojas” reunidos en el Frente rechazaron esta oferta, sin advertir que podía ganar uno de sus aliados políticos, el partido Pheu Thai. Esta negativa refleja la desconfianza en la limpieza del proceso electoral y sobre la auténtica voluntad del régimen para aceptar la alternancia democrática. Los datos apoyan estas reservas: en marzo de 2006 se anularon las elecciones en las que venció Taskin; luego sucedió el golpe militar de septiembre; en diciembre de 2007, los “camisas amarillas” sostenidos por el Partido Demócrata de Abhisit, obstaculizaron el triunfo de los partidarios de Taskin, lograron que el Tribunal Constitucional disolviera la formación ganadora y se abriera el camino para que Abhisit Vejjajiva, gracias a los militares, llegara finalmente a la jefatura del Gobierno al término de 2008.

A la oposición no le ha quedado más remedio que replegarse para reagrupar a sus simpatizantes y preparar el futuro. Han dejado la capital; no obstante, volverán a aparecer en otras ciudades y continúan siendo la primera fuerza en las provincias del norte. Tienen por delante el desafío de emprender medidas de desobediencia civil o bien optar por acciones violentas, incluso intentando buscar apoyos en los oficiales del Ejército – surgidos de las capas populares –  que no ve con buenos ojos a los actuales mandatarios. Asimismo, el Frente Unido, en un proceso de refundación, debe decidir si le conviene reconocer como líder a Shinawatra y permitir que se mantenga como alternativa de poder, cuando ofrece más una imagen populista manipuladora para favorecer a su clan que totalmente democrática.

A esta situación se une la enfermedad terminal del rey Bhumibol Adulyadej. Su hijo y sucesor, Maha Vajiralongkom, es muy impopular y no puede representar el liderazgo conciliador de su padre, que  ya era muy escaso. Asistimos al final de un ciclo político iniciado tras las Segunda Guerra Mundial. Salvo por la fuerza, Abhisit tendrá muchas dificultades para gobernar si excluye a cerca de la mitad de la población que, precisamente por su empobrecimiento, reclamará nuevamente en las calles sus derechos sociales y el ejercicio de las libertades.

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Co-fundador de Espacio REDO. Periodista especializado en actualidad y conflictos internacionales y docente en asociaciones, Centros Culturales y aulas de extensión cultural en las Universidades de Navarra, País Vasco, Burgos y Valladolid. Áreas de análisis preferentes: el mundo araboislámico y África subsahariana.

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