
Los talibanes todavía existen. Acaban de asesinar a 21 personas en una zona de la capital de Afganistán, Kabul, dotada de grandes medidas de seguridad. Ganan terreno cada día que pasa. Siempre han estado instalados en las zonas rurales. Sus partidarios, encuadrados en guerrillas, disputan el territorio a las tropas afganas e internacionales; rodean los cuarteles y actúan a sus anchas sobre todo en el sur y en algunos lugares del centro y del noroeste. Es imposible distinguir a un talibán en las ciudades, excepto cuando en comandos pequeños y suicidas, de forma insistente, atacan objetivos muy precisos. En ninguno de estos escenarios se encuentran aislados, porque forman parte de la población y salen de ella.
A pesar de diversas negociaciones que se han producido para acabar con el conflicto bélico, sin ningún éxito por ahora, los talibanes continúan su yihad agresivo y violento – en su opinión, obligación individual y comunitaria – en una guerra contra los ocupantes de un país islámico y sus aliados gubernamentales.
Al mismo tiempo, su ambición es recuperar el poder, después de que, en el otoño de 2001, fueran derrocados por otros grupos étnicos (tayikos, uzbekos…); diferentes clanes de su propia etnia pashtu y otras tendencias religiosas de la mayoría tradicional suní y, desde luego, de su enemigo histórico, los chiíes.
Ahora mismo sus objetivos son al menos dos. Que las víctimas sean extranjeras, para demostrar que permanecer en Afganistán es un peligro. Por este motivo, entre los muertos se encuentran un alto cargo de la misión política de la ONU, de nacionalidad rusa y el representante del Fondo Monetario Internacional, de procedencia libanesa, entre otros cooperantes. El segundo propósito es incrementar la tensión para desestabilizar Afganistán lo más posible antes de las elecciones presidenciales de abril de este año.
El presidente Karzai, a pesar de sus intrigas, que Estados Unidos no ha consentido, no pude aspirar a un nuevo mandato porque la Constitución no admite más de dos quinquenios en la jefatura del Estado. El principal favorito es el antiguo ministro Abdullah Abdullah, derrotado por Karzai en unas elecciones trucadas el año 2009. Apoyado por muchos jefes religiosos y antiguos comandantes de movimientos islamistas que batallaron contra los soviéticos, Abdullah ha designado para la vicepresidencia al dirigente del partido islámico ultraconservador Hezbi Islami. Su máximo líder es Hekmatiar, viejo señor de la guerra contra la URSS y en las sangrientas luchas posteriores entre todos los grupos que exigían el poder (1989-1996) antes de la llegada de los talibanes.
Sin embargo, otras fuerzas todavía más reaccionarias son tan poderosas como para que sea candidato Abdul Rassul Sayyaf, del Ittihad Al-Islami. Su personalidad demuestra una de las características actuales del extremismo religioso violento: el yihadismo global, sumado al activismo bélico local. Rassul Sayyaf fue uno de los valedores de Bin Laden, está acusado de crímenes de guerra y ha bloqueado la votación de una legislación favorable a eliminar los malos tratos contra las mujeres. Asimismo, está muy relacionado con grupos violentos como la Yemaa Islamiya, en el sudeste asiático, y Abu Sayyaf, movimiento separatista instalado en Filipinas. En estas condiciones, los talibanes se encuentran con un pie dentro y otro fuera del poder en Afganistán.
Si en este país el futuro se presenta lleno de peligros, la actualidad muestra un panorama desolador. El empobrecimiento derivado de la guerra ha provocado que Afganistán siga en el puesto 175 entre los 186 países registrados en el Índice de Desarrollo Humano. En contrapartida, la producción de amapolas aumenta. Según la ONU, 209.000 hectáreas en 2013, un 36% más. En opio puro son 5.500 toneladas, un 49% más que en 2012.
Es un hecho que los países vecinos intervienen desde hace años. China mantiene buenas relaciones a la vez con el gobierno afgano y su enemigo paquistaní. En consecuencia, China National Petroleum invierte en los yacimientos petrolíferos de la cuenca del Amu Darya, frontera con Uzbekistán, y la Metallurgical Corporation of China desarrolla las minas de cobre de Mes Anyak al sudeste de Kabul. India intensifica su apoyo a Karzai y ha destinado 2.000 millones de dólares en la construcción de infraestructuras de carreteras y edificios, como el Parlamento afgano. Los servicios de inteligencia de Pakistán alimentan la insurrección talibán y de sus aliados para influir en Afganistán, pieza clave para consolidar su profundidad estratégica respecto a India.
La administración Obama ha programado la retirada de sus 80.000 soldados a finales de 2014. Los asesores de seguridad estiman que el previsible enfrentamiento entre los diversos contendientes afganos podría contener acciones terroristas contra los intereses de Estados Unidos. No obstante, en noviembre de 2013, la asamblea tradicional de los jefes de los clanes locales, mulás y comerciantes (Loya Jirga) aprobaron un acuerdo bilateral de seguridad para que continúen en Afganistán 14.000 soldados estadounidenses en nueve bases militares. Es decir, la misión de Washington proseguirá, aunque más reducida. Dada la fragilidad del ejército nacional afgano, EE.UU. estima que esas fuerzas son imprescindibles para vigilar una región con tantos competidores.


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