Los acontecimientos que se precipitan a orillas del Mar Negro apenas nos están dejando ver su verdadera evolución, tan preocupante como irreversible. Más allá de los acuerdos incumplidos y los hechos consumados se esconde los cambios de un orden mundial que camina inexorablemente hacia la partición.
Noviembre de 2013 queda ya muy atrás. No obstante, nuestra forma de percibir la situación de Ucrania sigue anclada en aquel momento. A pesar de la escalada bélica, seguimos confiando en una negociación política que lo solucione todo, en la federalización de un Estado que por arte de magia volverá a presentarse unido en el ámbito internacional. Pero se han cruzado demasiadas líneas rojas como para esperar tal posibilidad. El principal error se produce a la hora de evaluar el propio conflicto, pues no estamos frente a un modelo como el de la Guerra Civil Española (choque de clases-ideas) sino más bien ante una Guerra de Secesión Americana (choque de grupos-identidades).