El golpe del Estado Islámico
Valle de las tumbas en Palmira (Siria)

El Daesh (al-Dawla al-Islamiya) extiende sus operaciones simultáneamente en dos frentes: Siria (Palmira) e Irak (Ramadi), después de su derrota en Tikrit y a pesar de la tenacidad de las fuerzas que luchan contra ellos. Sean kurdos; el ejército iraquí; el gobierno sirio; las milicias chiíes iraquíes y de los libaneses de Hezbolá; los aviones de la coalición árabe y de EEUU y las fuerzas especiales Al Quds, de la Guardia Revolucionaria iraní. Todos divididos, sin mando único y ambiciones opuestas.

 

Palmira es el reflejo de la diversidad de civilizaciones en la historia de aquella geografía. Todo lo contrario que la idea unitarista del extremismo violento del islam suní.

 

Las matanzas en las calles son el dramático ejemplo de una agresividad obsesionada con rechazar otras formas de pensar, rezar y vivir. Terror para que las poblaciones abandonen sus tierras. Demostración de supremacía y purificación por la sangre para que el resto de musulmanes y, a la vez, otras culturas, se conviertan al salafismo yihadí.

Las últimas acciones del Daesh revelan un poderío militar mayor que el esperado. Su aprendizaje se ha forjado en la guerra de Afganistán y los grupos locales de Al Qaeda (escindidos de ella en 2006) y en la implicación de militares baasistas de Sadam Hussein. Conoce el terreno y las debilidades de sus enemigos y posee objetivos claros en términos tácticos y estratégicos.

El éxito del Daesh se debe, igualmente, al contexto de inestabilidad regional. El régimen de Al Assad lucha en varios frentes. Irak está fragmentado y el gobierno chií quiere dominar a los suníes, incluso por las armas. Pero es que, además, la potencia del Daesh no es pequeña: cerca de 40.000 combatientes; unos 3.000 vehículos 4×4 Hummer; 60.000 armas de pequeño y medio calibre; unos 50 carros pesados, 150 blindados ligeros y varios cientos de armas anticarro. Sus finanzas están saneadas (entre 1.000 a 2.000 millones de dólares) procedentes de las reservas de los bancos de Mosul; las ventas de crudo iraquí y sirio (80.000 barriles al día); los secuestros y los impuestos en los tierras que controlan.

Palmira es un blanco evidente. Tiene depósitos de armas. Es el camino hacia Damasco y Homs. Abre la llave del desierto y proporciona al Daesh toda la frontera entre Siria e Irak. La ciudad iraquí de Ramadi permite a las guerrillas yihadíes controlar Al Anbar, con una población suní entre la que el Daesh se maneja bien, porque muchas de sus tribus están hartas de su marginación por parte de los gobiernos chiíes de Bagdad.

De esta manera, el Daesh consigue una de sus finalidades: un territorio para el Califato. Es una de las grandes diferencias con Al Qaeda: evitar la dispersión geográfica, tesis que atrae muchos partidarios. El Daesh exige una regeneración de la fe y una reislamización que adopte el sometimiento religioso y político más dogmático, unido a la exigencia de una aplicación normativa rigurosa de la charía, lejos de la ética y la espiritualidad. Son características de quienes utilizan la violencia ofensiva.

Por otro lado, los terroristas se aprovechan de los errores de sus adversarios. El ejército iraquí está dividido en clanes y escasamente preparado. Tampoco Damasco utiliza todos sus contingentes, que defienden preferentemente esta capltal, la frontera libanesa y la provincia mediterránea de Latakia y atacan otros lugares (Alepo).

Eficaces en liquidar una decena de bases, a varios emires y algunas redes de contrabando de petróleo y armas, los ataques de la aviación, en la campaña Inherent Resolve, son bastante estériles. El Daesh se dispersa entre la población y camufla sus milicias, armamento e instalaciones. Los blancos no están bien identificados, al no disponer de suficiente número de agentes locales y los bombardeos pueden provocar daños en la población civil, proclive a unirse así al Daesh.

El Daesh avanza paso a paso del yihadismo local al global. Su propósito es lograr más legitimidad y territorio mediante intervenciones directas o por procuración en otros países. Una referencia fundamental es Arabia Saudí.

El atentado contra la mezquita de Kudeih ha sido un aviso a la dinastía Saud, a la que el Daesh pretende derrocar por apóstata, dadas sus relaciones con Occidente, por su corrupción y sus desviaciones en el seno del wahabismo. Más si cabe, significa un choque directo del Daesh con sus enemigos jurados, los chiíes.

Es verdad que los saudíes (suníes) también luchan contra ellos en Bahrein y Yemen. No obstante, el Daesh agrupa varios objetivos estratégicos en plazos sucesivos. Un reajuste geográfico y político, quebrando las fronteras coloniales, que fragmentan Oriente Próximo. Y dos intereses más basados en la legitimidad religiosa: apoderarse de los lugares santos de Al Aqsa en Jerusalén, La Meca y Medina y eliminar los santuarios con las tumbas de Ali y Hussein, figuras centrales chiíes, en Nayaf y Kerbala (Irak).

En suma, es la imposición del Califato por la fuerza. Con esta situación enquistada, la guerra será imparable, sucia y larga y muy difícil de que no prenda en todo Oriente Próximo.

 

 

Imagen: Valle de las tumbas de Palmira (Siria). Por Rafael Medina en Flickr. CC BY-NC-ND 2.0

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Co-fundador de Espacio REDO. Periodista especializado en actualidad y conflictos internacionales y docente en asociaciones, Centros Culturales y aulas de extensión cultural en las Universidades de Navarra, País Vasco, Burgos y Valladolid. Áreas de análisis preferentes: el mundo araboislámico y África subsahariana.

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