Las víctimas de la yihad ofensiva y violenta han caído ahora en un parque infantil de Lahore, Pakistán. Cada uno de la decena de atentados cometidos en estos tres meses obedece a motivos diferentes. Se han producido en lugares distantes y diversos. Daguestán (Cáucaso); Yakarta, Indonesia; Burkina Faso; Ben Guerdan, Túnez: Turquía; Grand Bassam, en las playas de Costa de Marfil; Bruselas, capital de las instituciones europeas y Alejandría, un campo de fútbol, al sur de Bagdad, en Irak. Habrá más en próximas fechas.
Sin embargo, poseen algunos elementos comunes. Entre otros: desestabilización de los países afectados; crear terror para sentirnos más frágiles; infiltración y competencia armada para demostrar su firmeza y los fallos de seguridad de los países asaltados; disposición al sacrificio, que sirve de ejemplo a sus partidarios, al mismo tiempo que representa un obstáculo para evitar los ataques.
Al Qaeda y Daesh reivindican la yihad como la obligación de convertir a los musulmanes a su interpretación rigorista y bélica del islam y de luchar contra los que profesan otras religiones y culturas.
Todos somos “impíos” (kafiríes). Ambas organizaciones y sus grupos similares compiten por revelar mayor operatividad bélica. Al Qaeda es superior en el Sahel y Asia Central; Daesh en el resto, junto a Boko Haram en Nigeria.
Daesh: pierde y gana
Parece una contradicción, pero no lo es. En el enfrentamiento contra Daesh el tiempo es largo y se compone de avances y retrocesos. Mucho más cuando en este conflicto se superponen las ideas, basadas en la deformación extremista de la religión islámica, y la disputa entre diferentes interpretaciones y aplicaciones del islam, incluidos los grupos radicales. Con el atentado en Bruselas, los grupos más extremistas persisten en su versión de un islam radical y agresivo. Como demostración de fuerza y castigo. Los atentados estaban en su agenda, anterior a la detención de Salah Abdeslam el sábado. Aunque pierdan espacio en Siria, sus frentes son múltiples, entre ellos Europa, y la lucha también. Además, intentan un efecto inmediato: sus katibas son poderosas, aquí y allá, los servicios de seguridad europeos no se entreran de todo. Ante sus partidarios revelan así que ganan, porque no les falta amplitud y vigor en sus ataques.
En Siria, durante 2015 y los tres primeros meses de 2016, los ataques de todas las fuerzas, sean gubernamentales y sus aliados iraníes e iraquíes, internacionales y de las milicias kurdas han provocado que Daesh haya perdido 12.800 kilómetros cuadrados y ocupe ahora cerca de 80.000, según el IHS Conflict Monitor.
La limitación de su capacidad ofensiva ha exigido la adaptación de la organización tafkirí a una posición defensiva. Pero, a la vez, batalladora en otros lugares, como ha sucedido en Bruselas, Irak y Pakistán.
Al Bagdadi es el califa Ibrahim, pero el mando se ha dispersado en varios jeques, que se apoyan en churas (consejo consultivo de notables) para mantener la estructura de poder viva. Asimismo, ha reforzado su mensaje ideológico mediante la propaganda on line: referencias a los hechos de la época del profeta, aunque falsificados; dogmatismo; tafkirismo o negación y condena del otro y violencia obligatoria.
Pero conserva su poderío económico y amplía su escenario
Hace un año, el presupuesto de la organización ascendía a 2.000 millones de dólares, destinados a sus activistas y a las ayudas a las familias de los militantes muertos. Han dispuesto del 40% de las tierras agrícolas de Irak y de buena parte de la geografía cultivada de Siria. Las pérdidas territoriales han hecho disminuir también su producción petrolífera de 40.000 a 20.000 barriles al día en Siria y 8.000 de la refinería de Qayyara en el norte de Irak y sus consiguientes beneficios, en opinión del experto David Ansellem.
Sin embargo, se mantienen los suministros de agua, electricidad, alimentos y servicios sanitarios, que han contribuido a que Daesh tenga una amplia base social en las zonas donde intenta crear su Estado, que ya acuña monedas de oro, plata y cobre. En definitiva, cuenta con una estructura política y administrativa y un espacio rentable económicamente.
No obstante, debido a las dificultades que atraviesa en Siria e Irak y asimismo a cambios en su pensamiento estratégico, Daesh ha sumado a las tesis de un “Estado Islámico perdurable” (dawlat al-islam baqiya) el lema “Estado Islámico persiste para extenderse” (dawlat al-islam baqiya wa tatamaddad), como escribe Romain Caillet en la web Religioscope. Si antes su prioridad era purificar a los “musulmanes impíos” (enemigo próximo) hasta por la fuerza, ahora adopta la afirmación del yihadismo global, representado por Al Qaeda y su líder, el egipcio Al Zawahiri: las actuaciones bélicas en países occidentales (enemigo lejano) son imperiosas. La capital belga es el mejor ejemplo.
Daesh demuestra así la debilidad de los “Estados infieles”, con el propósito de ganar partidarios, a la vista de su fuerza operativa. Las listas filtradas de 22.000 activistas de 55 países, más allá de las fronteras sirias e iraquíes, marca otro principio que había aplazado este movimiento. Los nuevos adeptos ya no son extranjeros, sino que pertenecen a la comunidad (umma) donde encuentran refugio, identidad y salvación. Su recorrido hacia Siria (ubicación que proporciona un dominio en el centro de Oriente Próximo) sería para ellos una hégira, recuerdo del viaje que hizo el profeta Muhammad de la Meca a Yazrib, futura Medina.
En la medida que el islam es universal, subrayan que el combate debe ampliar sus escenarios. El medio es otro aspecto imprescindible en el califato: el juramento de lealtad al líder (baia), es señal de sumisión a los preceptos y a la autoridad política y religiosa.
En esta línea, Daesh ha reconocido la adhesión de una decena de grupos y en torno a 50 células más pequeñas.
Las organizaciones yihadíes son diferentes y sus intereses también locales (disputa por las tierras, afiliaciones étnicas o clánicas), si bien su versión del islam es similar. Todos cumplen una de las claves del radicalismo: vaciar de su esencia verdadera conceptos y prácticas islámicos y propagar el suyo, lleno de intransigencia, exclusión y violencia.
Los últimos atentados atribuidos al Daesh o afines son numerosos y diversos. Pero conviene retener asimismo un área geográfica demasiado olvidada: Asia Central. Las guerras en Afganistán y Pakistán podrían complementar las ambiciones globales de Al Qaeda y Daesh y servir de renovado reclutamiento.
Pakistán: un frente permanente
La matanza de Lahore redunda en algunas de las características de esta tendencia radical. Una de ellas es potenciar la quiebra de un Estado, Pakistán, tan débil y dividido por problemas étnicos y separatistas. Precisamente, la bomba ha estallado en la capital del Punjab, que reúne las esencias y del Estado central de ser paquistaní.
Por otro lado, la población civil es la diana. Estos yihadíes valoran que buena parte de las personas asesinadas, musulmanas o cristianas, viven en una situación de ignorancia y confusión o yahiliya. De esta manera, la yihad es legítima, según ellos, avalada por una autoridad religiosa.
Al mismo tiempo, abunda otra clave. Los autores pertenecen al Jamaat-ul Ahrar, escindido del movimiento de los taliban paquistaníes (Tehreek-e Taliban, TTP). Es un reparto de papeles sangriento y terrible. Se disputan la imagen de marca y la jefatura de las organizaciones terroristas en Pakistán. La Jamaat ha jurado lealtad a Daesh y pretende ganar las bases en estos territorios y que sirvan de lanzadera de operaciones en Asia Central e incluso China.
El mejor caldo de cultivo de esta dura situación es la guerra constante en el norte de Pakistán contra los combatientes yihadíes, asimismo llegados a otras provincias, de Islamabad a Karachi, en el sur, en medio de la profunda crisis política, económica y social del país en su totalidad.
El movimiento de los taliban de Pakistán surgió en 2007 como derivación de los radicales de la región. En sus filas tiene cerca de 30.000 milicianos, coordina a 30 grupos y es complementario a Al Qaeda, a los taliban afganos y a varios “señores de la guerra”. Desde entonces, se propuso el asalto al Estado paquistaní. El resultado ha sido la guerra en las Zonas Tribales (FATA) y en Khyber Pakhtunkhwa y cerca de 50.000 víctimas mortales, incluidos las personas asesinadas en las ciudades. Han muerto soldados, políticos, jueces, escolares, mujeres, reformistas musulmanes, chiíes… La represión del ejército paquistaní es durísima y contribuye a desencadenar más violencia.
Los grupos terroristas, aquí y allá, son grandes manipuladores: de la religión; de los intereses de las grandes potencias; del apoyo de algunas fundaciones radicales y de las redes de los servicios de inteligencia. Es el caso del Intelligence Service (ISI) en Pakistán, que también los utiliza para tensar las relaciones con sus propias elites políticas; reafirmar la función de los militares paquistaníes como salvadores de la nación; y consolidar a sus aliados en tierras afganas (taliban y otros extemistas) para disponer de retaguardia y profundidad estratégica.
Un contexto político inestable
También se dan sendas circunstancias políticas más, instrumentalizadas en este país devastado, a veces por los terremotos e insistentemente por las masacres. El gobierno central (una coalición de 200 de un total de 342 escaños) responsabilidad de la inseguridad en Khyber al partido de Imran Khan, uno de los líderes de la oposición, el Tehreek-e-Insaf (Movimiento por la Justicia).
De todos modos, el aplazamiento de las conversaciones de paz contribuye a una inestabilidad cada vez mayor. El presidente Nawaz Sharif quiere acabar la guerra en el norte, como medio para contener el ascenso de los extremistas. Máxime cuando la retirada de las tropas extranjeras de Afganistán arrastra vacíos de seguridad en una frontera artificial, fijada por el diplomático británico Durand en 1893 Fue establecida con el propósito de dividir el subcontinente indostaní, y refozar un estado afgano, que frenara y cercara a Rusia. Finalmente, Sharif quiere cumplir la promesa electoral de mayo de 2013 y reactivar la economía, maltratada por el conflicto bélico.
Un posible cese de las hostilidades inquieta a los sectores militares más beligerantes; a Estados Unidos, porque teme que proporcione más ventajas a los taliban afganos; e incluso a algunos cuadros de mando del TTP.
Su emir, Hakimullah Mehsud, fue eliminado por un drone al comienzo de las negociaciones, en noviembre de 2013. Desapareció entonces un esperado clima de confianza y el mulá Fazlullah se impuso a los moderados en la lucha interna por el poder. El “mulá radio”, conocido así por sus encendidas arengas religiosas, se enfrenta a la escisión de la Jamaat, que logra precisamente más protagonismo y audiencia con la barbarie de Lahore.
Un peligro contenido
La amenaza permanece, aunque más reducida de lo que aparenta. Sirvan algunos ejemplos: las fuerzas de seguridad desarticulan muchos más de intentos de atentados de los que se cometen. Los yihadíes no han logrado el poder en ningún Estado dirigido por musulmanes, excepto en el califato de Siria e Irak, donde retroceden. Los partidos islamistas prefieren todavía las elecciones a la insurrección, a pesar de que son perseguidos.
Concluyamos que la gran mayoría de quienes creen en el islam verdadero no se han incorporado a la yihad violenta, porque los musulmanes son víctimas iguales de la agresión extremista.
Imagen: Reuters.
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