La batalla de Siria e Irak reúne elementos geopolíticos forjados en la primera parte del siglo XX, como las fronteras arbitrarias heredadas de la colonización británica, francesa (Sykes Pikot 1916, después de la caída del Imperio Otomano y el Hogar Nacional judío, Balfour 1917) y las injerencias estadounidenses (desde el Pacto de Quincy en 1945 entre Roosevelt e Ibn Saud) y soviéticas (Irán 1941; Nasser 1956 y Siria 1971). Además, soporta la creación de regímenes autoritarios árabes, contra los que se produjeron las movilizaciones de 2010, países en los que son marginadas las minorías étnicas y religiosas (kurdos, cristianos…); y la omnipotencia bélica del Israel sionista. Sin olvidar las disputas religiosas (suníes, chiíes; tantas veces sectarias, internas y sin sentido de reforma); la búsqueda del dominio regional (israelíes judíos; árabes e iraníes; turcos…) y el control de los recursos (agua, petróleo, rutas comerciales, armamento).