Los terroristas que han atentado en la capital de Burkina Faso conocían la fragilidad securitaria del país. El cambio hacia la democratización ha producido relevos en la policía y el ejército del viejo régimen del presidente depuesto Compaoré, que mantenía ciertas relaciones con las guerrillas y manejaba la mediación con ellos como recurso para perpetuarse en el poder.
Era de esperar que los yihadíes del Sahel añadieran Burkina a sus blancos. La infiltración procede de las bolsas de extremistas de Mopti, Meneka y Sévaré, en Mali, a poco más de 400 kilómetros de Ouagadougou, lugar del ataque.
Yihadismo en el Sahel
Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) ha reivindicado los atentados. Inició su andadura en 2007, con asesinatos, secuestros y contrabando, tras la derrota del Grupo Salafí por la Predicación y el Combate en la guerra civil argelina. Pero el brazo ejecutor ha sido Al Murabitun. En noviembre asaltó el hotel Radisson en Bamako, capital de Malí. Al frente, un emir empecinado en la yihad ofensiva y violenta: Mojtar Belmajtar, “Laouar, el tuerto” o “Mr. Malboro”, traficante con drogas y cigarrillos, además de combatiente en Afganistán y deslumbrado por Bin Laden.
La estrategia de la franquicia de Al Qaeda regional ha pretendido unificar a los yihadíes del Magreb y del Sahel (una decena) para actuar con más contundencia y extensión. Estos grupos instrumentalizan política, etnias y religión para obtener más adeptos y demostrar presencia, autoridad y fuerza.
Así actúa Iyad Ghali, de Ansar Eddine, un independentista tuareg, contrario a los acuerdos sobre la paz en Malí. El propio AQMI preconiza la predicación mediante el combate. Divididos y muchas veces enfrentados, buscan al menos complementar sus ambiciones en el terreno. De hecho, Mojtar Belmajtar, escindido del AQMI por diferencias tácticas en la guerra del norte de Malí en 2012, ha querido subrayar, asimismo, su vuelta al redil del AQMI. El obligatorio lema yihadí “unitarismo religioso y yihad violenta” se concreta en el rechazo a las tradiciones y costumbres del islam local, como hizo el Frente de Liberación de Macina, cuando atacó, en mayo de 2015, el mausoleo de Sékou Amadou Barry, fundador del califato de Mopti.
AQMI y Daesh, en disputa
El AQMI y grupos similares han jurado lealtad a Al Qaeda, porque posee más historia; una estructura en red, mutante y flexible; sin exigencia territorial fija; y más implantado en la realidad de cada país. Compiten con Daesh, limitado a Libia, pero nueva amenaza en el resto del norte africano.
Al Qaeda en el Magreb y África lucha contra el enemigo lejano en tierras cercanas, tesis de Al Zawahiri, líder de Al Qaeda global. Ahora, le toca, también allí, a Francia, con la operación Barkhane, desde julio de 2014, para contener a los yihadíes en África Occidental. Participan los estados africanos de la región. Soldados de Burkina Faso intervienen en estas alianzas, para los yihadíes una razón que convierte a este país en adversario.
Las milicias radicales atacan en momentos de inestabilidad e incertidumbre. El empobrecimiento de la mayoría de la población y las disputas entre clanes sirven para sumar activistas. Burkina es un blanco perfecto.
La fragilidad de Burkina
En enero se ha formado el gobierno, después de las elecciones presidenciales, el 29 de noviembre. Ganó el financiero Roch Marc Kaboré, con casi el 54% de los votos. Segundo presidente civil desde 1960, después de cinco golpes de estado militares y dos insurrecciones revolucionarias, sus desafíos equivalen a obstáculos.
Ha culminado así el proceso de transición de un régimen autoritario y corrupto a un principio de democracia. Hace 16 meses, derrocaron a Blaise Compaoré, 27 años en el poder, un centenar de asociaciones, entre ellas Le Balai citoyen (La Escoba ciudadana) y Mujeres con la espátula de madera (símbolo de reivindicación frente al machismo), a las que se sumaron los partidos políticos de la oposición.
Blaise Compaoré pretendía modificar el artículo 37 de la Constitución (limitación de mandatos presidenciales) con el propósito de encabezar el Estado diez años más. En consecuencia, las nuevas autoridades tienen que renovar las elites dirigentes y posibilitar un sistema político abierto e integrador. Asimismo, deberán impedir sublevaciones militares como la del general Diendéré y el Regimiento de Seguridad Presidencial, en octubre pasado, frenado por la movilización popular. Un reto más: instalar un orden jurídico que evite la impunidad de los delitos económicos y crímenes cometidos por las fuerzas de seguridad de Compaoré y de su camarilla. El primero, el asesinato, 15 de octubre de 1987, del capitán Thomas Sankara, carismático líder que encabezó la revolución por la soberanía y el reparto económico en 1983.
Imposible olvidar tampoco que Burkina ocupa el lugar 181 de 187 del Índice de Desarrollo Humano de la ONU y que cerca del 30% de la población solo ingresa un dólar al día.
La esperanza de vida no supera los 55 años; el analfabetismo llega al 72% y la educación dispone únicamente del 15% del presupuesto nacional. Todo un espacio abonado para el desarrollo de las organizaciones yihadíes. Por lo tanto, el mejor revulsivo contra todas las fuerzas reaccionarias es el peso de la activa y potente sociedad civil de Burkina Faso.
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